Imaginaos una ciudad que, a día de hoy, según la OMS, posee el mayor índice de recién nacidos con deformidades, más incluso que Hiroshima 20 años después de que estallase la bomba nuclear. No estoy hablando de un plató para el rodaje de películas de zombis sino de una ciudad real.
La ciudad de Norilsk fue fundada en Siberia en 1935 para servir como gulag o campo de concentración de trabajos forzados para enemigos políticos. 16.806 esclavos murieron debido al hambre y al frío. Allí tampoco no se siguieron con demasiado interés las mínimas normas de seguridad de los trabajadores de las minas. Como consecuencia de ello, metales pesados, isótopos radioactivos y contenedores de gases venenosos flotan ahora en los ríos de la región o están precariamente enterrados.
Bajo esta región también se halla la mayor reserva de níquel del mundo (un tercio de la existente), que constituye uno de los pilares básicos del mundo moderno, así que también se ha extraído y fundido a lo largo de los años a un ritmo endiablado. De ahí nace la Norislk Nickel Co., la compañía que posee el mayor complejo de extracción y refinado de metales del mundo. Y también es la empresa más contaminante de Rusia.
134.000 habitantes, pues, sufren hoy en día las consecuencias de este epicentro de la contaminación que provoca que apenas brote la vegetación (no hay ni un árbol en 48 kilómetros a la redonda a causa de la lluvia ácida) y que el agua no se caracterice precisamente por su potabilidad. El 1 % de todas las emisiones de dióxido de azufre del mundo lo respira este pequeño grupo de habitantes.
Norilsk es la ciudad más próxima al Polo Norte y está sólo a 300 kilómetros del Océano Ártico. Así que, además de ser altamente contaminante, también es fría como un témpano (28 grados bajo cero de media en febrero). La nieve, debido a la contaminación, a veces es negra.
Un infierno nevado que en el que el aire huele a azufre.
Os emplazo a otros libros que introducen hasta la médula el ambiente de los campos de concentración siberianos, como Archipiélago gulag de Alexander Solzhenitsin, Vida y destino de Grossman y Relatos de Kolimá de Varlam Shalámov. Es este último, el propio Shalámov se expresa así a propósito de la dificultad que entraña plasmar un mundo de horror de proporciones descomunales:
Es muy difícil hacerse una idea de antemano, pues todo lo que se refiere a este mundo es demasiado inusitado e increíble, y el pobre cerebro humano sencillamente es incapaz de concebir en imágenes concretas la vida de aquellas tierras.