Según un reciente estudio, si todos los estadounidenses fueran vegano, reduciríamos nuestras emisiones anuales de carbono agrícola de 623 millones a 446 millones de toneladas. Es decir, que adoptar este estilo de vida mejora el medio ambiente.
Sin embargo, el veganismo debería de ser una posición más bien moral, sobre todo por el tratamiento que se dispensa a los animales, y no tanto una postura que aspire a hacer proselitismo. La razón es sencilla: ser vegetariano y vegano es tan difícil que un 84% de quienes lo intentan, abandonan.
Fuerza de voluntad
Las emisiones agrícolas representan solo el 9% de nuestra huella de carbono total, es decir, que adoptar el veganismo ayuda, pero no ayuda demasiado (máxime si en países como China el incremento de emisiones es casi exponencial). Pero el problema fundamental no es ése, sino que resulta demasiado ambicioso aspirar a que todos seamos veganos.
Sencillamente, dada la tasa de abandono, la cantidad de veganos que acaban siendo tentados ocasionalmente o el número que no deja de sentir deseos de volver a comer carne (y el porcentaje de gente que no está dispuesta ni siquiera a ser vegana), argumentar que el veganismo es una alimentación más verde (en el sentido metafórico) no solo es impreciso, sino que es tan improductivo como tratar de apagar un incendio forestal con vasos de agua.
Las ideas abstractas sobre cómo reduciremos nuestra huella de carbono no son lo suficientemente poderosas como para superar el aroma de un bistec a la parrilla, especialmente en un país tan centrado en la carne como Estados Unidos.
Los dilemas éticos, pues, son un incentivo más poderoso para muchos veganos, pero no es suficiente para la mayor parte de la gente (al menos de momento): solo el 2% de los estadounidenses, por ejemplo, es vegano.
Si reducir la huella de carbono fuera un elemento importante del veganismo, habría más incentivos para adoptar esta postura. Pero la cuestión es que no lo es. En todo caso, si el futuro del planeta (ya sea ética o medioambientalmente) lo reducimos a la eficacia de los pasquines mediáticos, las campañas de concienciación y demás, queda claro que el camino serár largo, y quizá infructuoso.
Habida cuenta de todo ello, y que la conciencia y la fuerza de voluntad no están por la labor, quizá deberíamos apostar por soluciones tecnológicas: como carne concebida in vitro, vegetales con sabor a carne, animales que no sienten dolor o soluciones biotecnológicas para reducir el impacto de nuestra estancia en la Tierra (estos días, por ejemplo, se anunciaba cómo una molécula se podría comer el plástico de los océanos a fin de evitar que todos debemos adoptar un estilo de vida sin uso de plástico).
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