Las botellas de plástico son un verdadero problema medioambiental, pero pueden servir para algo más que ensuciar las playas o generar estudios sobre las corrientes marinas.
Algunas personas que aspiran a vivir a su aire ni siquiera se plantean el fundar una micronación, aunque sea en el interior de su propia casa. Entendiendo que al apropiarse de cualquier territorio pueden entrar en conflicto con un gobierno, deciden hacerse su propio territorio sin ínfulas soberanas, sólo por el simple placer de pisar algo que has construido tú mismo. Pero construir una isla artificial sólo está al alcance de empresarios y millonarios, así que lo mejor es adquirir un buen puñado de botellas de agua. No estoy sugiriendo que regando la tierra con dicha agua vaya a nacer algún tipo de reino en pocos minutos; pero las botellas, una vez vaciadas, flotan. Y si unes muchas botellas, ya tienes una superficie plana por donde pisar.
Esta idea la ha llevado hasta sus últimas consecuencias Richard Sowa.
A este personaje no le importa si el agua embotellada es saludable o no. A juzgar por sus aires hippies y su sintonía con la madre naturaleza, sospecho que Richard Sowa está al corriente de los muchos perjuicios medioambientales que originan. Las botellas de agua producen sólo en Estados Unidos un total de 1,5 millones de toneladas de desperdicios de plástico; un plástico que ha requerido 178 millones de litros de petróleo para ser fabricado. El plástico no es biodegradable, tardará cientos o miles de años en desaparecer.
Consciente de esta sobresaturación de botellas, desde 1998 nuestro hippie Richard Sowa ha conseguido darle una aplicación muy curiosa a las miles de botellas de agua que llegan al mar y que permanecerán siglos contaminando el medio. Sowa abandonó su estilo de vida inglés para mudarse a un rincón de la costa mexicana, al sur de Cancún, donde empezó a pescar con una red las botellas de agua que navegan sin rumbo (presumo que ninguna de ellas tenía mensajes en su interior). Con el tiempo, estableció una plataforma de 20 metros de largo por 16 de ancho, a la que bautizó como Isla Espiral. Tardó 7 años en reunir 250.000 botellas.
Sobre esta isla de plástico se construyó un hogar de dos pisos con bambú, protegido de forma natural con manglares. Una casa ecológica y naturista, por supuesto, pues dispone de horno, sí, pero solar, y un cuarto de baño también ecológico; aunque me cuesta imaginar en qué consiste un baño ecológico. ¿El papel higiénico ha sido sustituido por piedras u hojas frescas? En fin, era una broma: el retrete está constituido de compostaje, de modo que los excrementos sirven para abono. Sowa recicla el agua de la lluvia y ha conseguido cultivar mango, bananas, espinacas y tomates para su propio consumo. Incluso le ha puesto arena a su isla de botellas para disponer de 3 pequeñas playas.
Ahora Sowa tiene un aspecto risueño y desmelenado que ha cautivado a los medios de comunicación con su pequeña isla ecológica. Pronto, si no lo ha hecho ya, aparecerá un libro sobre su original filosofía, escrito por el propio Sowa junto al autor alemán Tanja Samed. Isla Espiral también ha sido el protagonista de numerosos reportajes para televisión y periódicos. El look de Sowa recuerda un poco al del director de cine Terry Gilliam, el ex Monty Phyton. Y estoy seguro de que comparten un sentido del humor muy similar. Al parecer, en su Inglaterra natal era músico, artista y carpintero, y ahora, ya con 50 años, da la impresión de que vive como le da la gana.
Pero Isla Espiral no puede ser demasiado estable si está construida sólo con botellas, así que permanece anclada en la orilla de la playa. A pesar de ello, su debilidad fue pasto del huracán Emily, que en 2005 le ocasión graves daños estructurales. La ventaja de que tu mundo sea de plástico es que la materia prima es abundante y gratuita, de modo que Sowa no tardó demasiado en recomponer Isla Espiral; y aprovechó para hacer unas cuantas ampliaciones del terreno.
Ahora ya tiene 20 metros de diámetro, alrededor de 100.000 botellas, 2 estanques, una cascada y varios paneles solares. Y es que según palabras de Sowa, Isla Espiral no es exactamente una isla sino “una embarcación ecológica y creadora de espacio”; por ello, este nuevo Robinson Crusoe ecologista aspira algún día a viajar por el mundo sobre sus miles de botellas de plástico, pues no serían difícil remolcarlas.
Tal y como ya ha empezado a hacerlo un equipo de científicos y exploradores, dirigidos por el ambientalista David de Rothschild, que se han lanzado al mar para protagonizar una singladura desde San Francisco hasta Australia en un catamarán de 60 pies completamente construido de plástico reciclado (a excepción de los mástiles, que son de metal): de 12.000 a 16.000 botellas de dos litros de soda y un poco de tela tejida de PET. Su objetivo fue aumentar la concienciación sobre el reciclaje, los residuos y el consumo.
Sowa, ya puestos, debería entrar en contacto con Kosuke Tsumura, diseñador de ropa y accesorios urbanos, que ha sacado al mercado un traje estilo armadura exclusivamente de botellas de plástico e hilo de nylon transparente. Perfecto para un ninja ecológico que parece venir del espacio exterior.
Lamentablemente, estas iniciativas, aparte de parecernos pintorescas, no ayudan a solucionar realmente el problema que los mares y océanos del mundo sufren a causa del plástico. Las botellas son incluso lo de menos. Según un informe de Greenpeace, gigantescas criaturas marinas de más de 3,5 millones toneladas de peso, formadas por un conglomerado de restos de plásticos (un 80 % del conjunto), redes marinas y demás deshechos, viajan a la deriva acabando con toda la vida que encuentran a su paso. Como si fueran islas artificiales similares a la de Sowa, pero del tamaño de Francia y con un aspecto vagamente tentacular que recuerda a una medusa gigante. Más que una isla, pues, es un nuevo continente de plástico flotante con una gran capacidad para la destrucción. La cantidad de plástico presente en algunas zonas frente a la cantidad de plancton es de 6 a 1.
Esta masa de plástico destructiva, con ecos de monstruo alienígena, se descubrió casualmente en 1997 durante un crucero de Los Angeles a Hawai que cruzó un vórtice que los marineros generalmente sortean porque allí existe poco viento y mucha presión. Mientras dure nuestra dependencia al plástico, el continente de plástico irá creciendo cada vez más, como una gran sopa plástica que se alimenta de nuestra irresponsabilidad.