Hace unas horas os hablaba de algunos lugares catastróficos que pueblan el mundo. Lo más curioso, sin embargo, es que estos y otros lugares tienen sus propios turistas, en los que se ha venido a llamar Turismo Negro (dark tourism).
Existen lugares coyunturalmente malditos. Se vuelven malditos por las circunstancias, aunque sólo sea por un corto espacio de tiempo. Como si hubieran sido tocados por el diablo. Como si los jinetes del Apocalipsis hubieran decidido darse por un paseo por ellos. Es, por ejemplo, el caso de Santa Cruz, en California, una apacible ciudad que entre los años 1970 y 1973 se convirtió en el campo de batalla de tres serial killers que acturon, por casualidad, simultáneamente: John Linley Frazier, Herbert William Mullin y Ed Kemper.
El fiscal del distrito, Peter Chang, afirmaría entonces que Santa Cruz, un centro turístico y de recreo para jubilados californianos, se había convertido de la noche a la mañana en la capital mundial del crimen. Algo así como Villa Electrones, el lugar que menciona irónicamente Tracy Jordan en la serie de televisión Rockefeller Plaza (temporada 3, capítulo 16): ¿Esto es Villa Electrones? Me veo rodeado de negatividad. Juego de palabras.
Otros lugares sólo son malditos desde el punto de vista de algunos. Por ejemplo, para los antiguos irlandeses el infierno no era un lugar ardiente lleno de burbujeantes calderas sino un páramo de hielo en el que se sucedían gigantescos aludes.
Sea como fuera, estos lugares tienen su público ávido de emoción y morbo. Los destinos con más éxito son las cárceles, los campos de concentración o los gulags. En el gulag yugoslavo situado en la isla del Adriático Goli Otok, que acogió a unos 3.000 disidentes hasta su cierre en 1989, se presenta la posibilidad, incluso, de que los visitantes se conviertan en presos durante unas horas para sentir lo que algún día pudieron padecer los represaliados.
Hay cárceles donde también se encierra a los turistas durante un corto espacio de tiempo, a fin de experimenten la sospecha de que quizá ya no podrán abandonar jamás los cuatro barrotes. Aunque entre las cárceles disponibles para el turismo no entra la prisión austriaca de Leoben. Son unas celdas tan confortables que bajo ningún concepto atraería el morbo del turista negro. Tan agradables pueden llegar a ser estas instalaciones penitenciarias que incluso, a causa de ello, Leoben tiene una tasa elevadísima de crímenes menores, incluso superior a la de la ciudad estadounidense de Detroit.
Austria es uno de los países con menor índice de crímenes violentos, pero los no violentos proliferan debido a que esta prisión de lujo se ha convertido para muchos en una tentadora vivienda. Antes de vivir como un sin techo, nada mejor que robar una cartera y así asegurarse una temporada en una celda que tiene el aspecto de un apartamento común totalmente amueblado: algunas disponen incluso de balcones panorámicos para contemplar el verde de las montañas. El recinto también está equipado con gimnasio con toda clase de máquinas de alto nivel, canchas cubiertas de baloncesto, spa y demás comodidades propias de un hotel de lujo. Por supuesto, los presos pueden recibir visitas en sus propias celdas-apartamentos con aire Ikea. Y hasta los barrotes de algunas celdas han sido sustituidos por puertas.
Otro lugar propicio para el turismo negro es el escenario posnuclear que dejó tras de sí el accidente sufrido el 26 de abril de 1986 en la central nuclear de Chernobyl. El área afectada fue de 150.000 kilómetros cuadrados, lo cual la convierte en la catástrofe nuclear más horrible de la historia. Actualmente, por unos 400 dólares es posible contratar un tour guiado por la zona, aún bajo la radiación, de modo que los turistas deben cuidarse de no abandonar el vehículo y de no tocar nada absolutamente nada.
Si se prefiere un lugar más paradisíaco pero igualmente mortífero, nada como visitar las zonas devastadas por el tsunami de Phuket, en el sudeste asiático, para comprobar si las noticias exageraban o no o para verificar si la isla donde se rodó la película protagonizada por Leonardo DiCaprio, La Playa, aún continúa en pie. La agencia tailandesa World Class On Tour ofrece un paquete turístico en el que podéis llegar hasta el resort Khao Lak, que quedó en ruinas, al templo que sirvió de depósito de cadáveres o a otros enclaves que en gran parte se hubieran salvado de la destrucción si la fiebre hotelera y turística se hubiese limitado a construir a dos o tres kilómetros de la costa (como sabe todo indígena) y no a la vera del mar.
Todo este escaparte del horror está disponible por sólo 42 euros, incluidas dos noches de alojamiento. Es posible, además, adquirir fotografías de cadáveres o camisetas conmemorativas del maremoto.
En la siguiente entrega de este artículo os hablaré del turismo negro que atraen los lugares que han sido víctimas de desastres medioambientales.