Una de las novelas que recuerdo haber leído donde mejor se desarrollaban las implicaciones de los avances nanotecnológicos (incluso las guerras se producían lejos de nuestra vista, en grandes nubes oscuras donde los dispositivos nanotecnológicos rivales batallaban mudos) fue La Era del diamante (1995), de Neal Stephenson.
Sin embargo, las amenazas de la nanotecnología no pertenecen exclusivamente al ámbito de la ciencia ficción.
Las máquinas de dimensiones nanotecnológicas tienen un groso inferior al de un cabello humano, y además pueden replicarse a sí mismas sobre la marcha. Imaginemos que lanzamos un destacamento de nanorobots sobre un vertido de crudo a fin de que lo eliminen. Uno de los nanorobots sufre un error de programación y ya no se alimenta solo de hidrocarburos, sino de cualquier cosa que contenga carbono.
Es decir, que no consumirá solo petróleo sino cualquier organismo vivo. Los robots se multiplican con rapidez y, antes de que podamos darnos cuenta, han devorado toda la vida sobre la Tierra.
Es un argumento similar al presentado en la novela Presa, de Michael Crichton (el mismo de Parque Jurásico), pero resulta plausible. Tanto es así que el astrónomo británico y expresidentes de la Royal Society Martin Ress ha sugerido que este escenario podría ser una causa potencial de la extinción de la humanidad.
Eric Drexler fue quien presentó por primera vez el fin del mundo a causa de robots autorreplicantes en su libro de 1986 La nanotecnología: el surgimiento de las máqinas de creación:
Imagine un replicador semejante flotando en una botella de químicos, haciendo copias de sí mismo… el primer replicador arma una copia en un millar de segundos, los dos replicadores resultantes construyen dos más en los siguientes mil segundos los cuatro construyen cuatro más y después ocho, ocho más. Diez horas después, no tendríamos ya treinta y seis nuevos replicadores, sino más de sesenta y ocho mil millones. En menos de un día, pesarían en conjunto una tonelada; en menos de dos días, más que la Tierra; y en apenas cuatro horas más, superarían la masa del Sol y todos los planetas juntos… si la botella de químicos no se hubiera agotado mucho antes.
Afortunadamente, crear robots autorreplicadores todavía no es posible. En un artículo para Nature Materials, Philip Ball considera que esta idea es alarmista, que las verdaderas amenazas replicadoras son, acaso, unos cuantos virus de la viruela.
Lo más parecido a robots replicadores no son máquinas construidas desde cero: como la hélice de níquel minúscula que había insertado un investigador de la Universidad de Cornell en Nueva York a una versión biológica de un motor alimentado por el combustible que proporciona energía a los seres humanos, una molécula llamada ATP.
En cualquier caso, de conseguirse los nanorobots presentados por Drexler, tampoco parece que su amenaza sea tan terrible, tal y como explica Alok Jhar en su libro 50 maneras de destruir el mundo:
cualquier dispositivo capaz de replicarse con la rapidez requerida por el escenario propuesto por Drexler necesitaría tantísima energía y produciría tantísimo calor que sería fácil de detectar por los organismos de control, que podrían así hacer frente a la amenaza. Por otro lado, si las nanomáquinas estuvieran hechas con minerales que contienen aluminio, titanio o boro, entonces los organismos vivos estarían a salvo del peligro, pues estos metales son millones de veces más abundantes en la corteza terrestre que en los organismos vivos. En lugar de matarnos, las máquinas se dedicarían a escarbar el planeta.