La diversificación estrambótica de la magufería no tiene fin, y nunca lo ha tenido. Lo que antaño eran los vendedores de crecepelos, hogaño son los vendedores de homeopatía que te hacen temer chemtrails.
Además, a cada nuevo hallazgo o invento, aparece una nueva horda de argumentos esotéricos en su contra. Como fue el caso del descubrimiento de los rayos X por parte de Wilhelm Röntgen. Para la sociedad de finales del siglo XIX, la posibilidad de poder ver el esqueleto y los órganos internos de las personas era una idea francamente perturbadora.
Por eso, para evitar que los rayos X desnudaran la intimidad de la gente (un miedo infundado como más tarde propiciaría el invento del teléfono: “imaginad que cualquiera os pueda llamar en cualquier momento a vuestra casa”), aparecieron soluciones y miedos magufos, como explica Ian Crofton en Historia de la ciencia sin los trozos aburridos:
un periódico de Graz, Austria, informaba de que un tal profesor Czermak no había podido dormir desde que vio su propia “cabeza de muerte”. Mientras tanto, en París, un tal doctor Baraduc afirmaba haber utilizado los rayos X para fotografiar el alma humana. Otros encontraron la posibilidad de ver “a través” de material sólido, como la ropa, inspiraba su interés libidinoso, de aquí la siguiente rima:
Estoy totalmente aturdida, conmocionada y asombrada; pues hoy en día he oído que pueden ver a través de capa y traje, e incluso del corsé, estos pícaros y atrevidos rayos Röntgen.
Con todo, más tarde se puso de moda mirarse el interior del cuerpo a través de los rayos X. Aunque, tal y como señala Hugh Aldersey-Williams en Anatomías, no fuera una práctica muy saludable:
Tan importante fue la aceptación por parte de los aficionados que los médicos les pedían a sus pacientes que les llevaran las radiografías que habían efectuado ellos mismo en casa… una práctica que produjo unas feas quemaduras de radiación debido a los prolongados tiempos de exposición que se necesitaban.
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