Tal y como os dije en la segunda entrega de esta serie de artículos sobre la Isla del Roble, la historia infructuosa de la búsqueda del tesoro no había acabado. Aún había mucho más que encontrar. O no.
Y es que, a veces, la fe produce más daño que beneficio. La fe en encontrar un tesoro de incalculable valor en la Isla del Roble es un caso de este tipo de fe. Todos los que allí cavaron lo hicieron bajo el dictamen de la inquebrantable fe en algo que jamás habían visto. Una fe que fue alimentada por toda clase de rumores e hipótesis sobre los orígenes del presunto tesoro. Unos decían que podría pertenecer a un rico constructor francés que hubiera escondido allí sus riquezas para protegerlas de los ingleses durante la colonización de América. Otros atribuyen el tesoro a los vikingos que visitaron América. Los más fantasiosos, que el tesoro pertenecía al capitán Kidd, quien ya había afirmado que su tesoro iba a ser enterrado en un lugar donde ni Satanás pudiera encontrarlo. ¿Qué mejor lugar podría ser ése que la Isla del Roble? También se habló de otros piratas, como sir Francis Drake o Henry Morgan. Y los que sugerían que las inscripciones de la piedra de pórfido pertenecían a un dialecto copto, sostuvieron que allí se escondía en realidad una tumba que guardaba relación con el antiguo Egipto.
Ahora, la Isla del Roble está abandonada y llena de agujeros. Ni siquiera se conoce ya el paradero del hoyo original que supuestamente conduciría hasta la cámara del tesoro.
Y la ciencia la ha despojado de toda su aureola de misticismo. Materiales que no era posible que existieran en la isla, fibra de coco procedente de las Bermudas, obras de ingeniería que exceden los conocimientos de la época, un sistema de túneles que parecían inundarse cuando alguien intentaba acceder a ellos. Poco a poco, todos estos prodigios han perdido la cualidad que les atribuían los buscadores de tesoros. Continúan siendo sorprendentes, pero desde otro punto de vista. Así que ajustemos las lentes del microscopio y vayamos a ello.
Aunque por latitud, Nueva Escocia está al mismo nivel que La Coruña, en Nueva Escocia hace mucho más frío que en Galicia debido a las corrientes de aire del Atlántico. El verano es agradable, pero también la región está sujeta a fuertes subidas y bajadas de la marea y a tormentas poderosas. Nueva Escocia es una región muy rica pero también muy solitaria: la población canadiense no se concentra en las costas debido a los rigores del clima. En otras palabras: el lugar es accesible, pero poca gente llega a él porque en principio no hay nada interesante que ver, salvo quizá una exuberancia paisajística digna de cualquier cámara fotográfica.
En 1970, un análisis efectuado por el Consejo Nacional de Investigaciones de Canadá sobre las fibras de coco encontradas en la Isla del Roble desveló que su datación se remontaba aproximadamente al año 1200 (3 siglos antes de que los primeros exploradores europeos visitaran la región). Entonces ¿quién llevo hasta allí los cocos y los enterró a aquella profundidad? La verdad es que nadie que fuera humano, pues fue la propia geología de la Isla del Roble la que lo hizo posible.
El suelo de la región está compuesto básicamente de piedra caliza y de anhidrita, es decir, un tipo de suelo propicio para que se formen cuevas naturales. Los hundimientos naturales del terreno, junto a las tormentas que arrastraban troncos de roble y de abeto hasta los hundimientos, fueron los responsables de esos pozos que cada cierta profundidad presentaba capas de troncos. Esta hipótesis se confirma al estudiar los testimonios de otras personas que también cavaban en la isla por motivos bien diferentes (arando la tierra, por ejemplo) y a menudo se topaban con barreras de troncos, piedras y demás deshechos que les dificultaban el trabajo. Las corrientes oceánicas, finalmente, trajeron cocos desde lugares lejanos, que se colaron por las cuevas submarinas de la isla hasta llegar a los pozos naturales que se formaban en aquel terreno con tendencia a ser una laberíntica colmena de abejas.
Luego quedan otros misterios que no han sido explicados satisfactoriamente. Como la gran piedra cuya inscripción prometía un tesoro de dos millones de libras. Lo cierto es que no existe ninguna prueba física de la piedra, ni tampoco fotografías. Y suena bastante sospechoso que los buscatesoros hallaran una inscripción tan obvia como ésta justo cuando la compañía minera Onslow estaba a punto de retirarse de la excavación por problemas de financiación. A continuación, el hoyo se inundó de agua y la piedra desapareció. Así que muchos investigadores han llegado a la conclusión de que la piedra no fue más que un anzuelo que Onslow creó para atraer nuevas inversiones para continuar con su sueño. No hay filmaciones de vídeo sobre cadáveres o cofres.
Tampoco se tienen registros fehacientes sobre el relato de Daniel McGinnis y el hecho de que se encontraran obstáculos justo cada 10 metros. Cualquier otro objeto extraño que la gente pudo haber encontrado en la Isla del Roble simplemente fue traído por la marea e introducido en las aguas subterráneas de los túneles, como si fuera un vertedero de objetos descabalados que poco a poco irían situándose en diferentes estratos de tierra. Objetos que alimentaban cada vez más las fantasías de los que leían sobre la Isla del Tesoro al igual que el niño que lee La isla del tesoro. La isla, por cierto, se puso a la venta por 6 millones de euros, lo cual no resulta muy buen negocio si el tesoro que alberga se calcula que hoy en día vale 1 millón de euros.
Todo el misterio de la Isla del Roble, pues, se explica gracias a fenómenos completamente naturales. Pero entonces la Isla del Roble se revela interesante por otros motivos. Esos motivos que provocan que la mente de tres adolescentes influidos por historias de piratas vuele sin control. Y entonces la búsqueda del tesoro continúa teniendo mucho sentido: el tesoro, entonces, ya no son dos millones de libras sino la simple y llana verdad. La fascinante e instructiva verdad llena de oscuros misterios.
Lo mismo sucede con el mapa del tesoro que obtuvo Jim Hawkins tras la pelea con la banda del ciego Pew en La isla del tesoro. Lo que le transmitía realmente aquel mapa lleno de indicaciones geográficas para localizar la isla, como latitud, longitud, sondas o nombres de colinas, bahías y calas, no era X donde se escondía el tesoro. En realidad, ese pedazo de mapa era un anuncio de aventura, emocionante, intensa y absorbente.
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