Una de las novelas de ciencia ficción española que más disfruté en su día fue La locura de Dios, de Juan Miguel Aguilera, en la que Ramón Llull lleva a cabo una expedición en busca del Reino del Preste Juan. Lo más interesante de la obra es, indudablemente, la visión científica de Llull en un mundo precientífico, algo así como el Fray Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa.
El personaje literario de Ramón Llull, con todo, no andaba muy alejado del personaje real. Nacido en Palma de Mallorca en 1232, cuando Mallorca era una macedonia musulmana, judía y cristiana, era hijo de nobles barceloneses. Se cuenta que, tras un prolongado ayuno, le sobrevino una revelación divina que le inspiró el Ars Magna. Con semejante método, Llull aspiraba a encontrar un sistema eficaz para convencer a los infieles demostrando la falsedad de sus creencias, a fin de, en suma, reforzar la verdad cristiana. Ello condujo a Llull a recorrer medio mundo evangelizando a los demás.
La máquina de Llull
En Llull, pues, se mezclaba fe y ciencia, a veces de un modo un tanto conflictivo. No en vano, Llull, que fue también un gran inventor, desarrolló una máquina que, en cierta manera, sería la primera máquina de pensamiento.
Su máquina estaba compuesta por varios discos concéntricos que, al girarse, permitían diversas combinaciones. Cada disco se dividía en una serie de conceptos, que combinándose, podían construir frases coherentes y, aparentemente, indubitables. Del estilo “Dios es grande y perdona”.
La ambición de Llull era simple a la vista de nuestros días, pero profundamente revolucionaria para su época: generar nuevos pensamientos verdaderos a partir de enunciados simples y considerados por todos como verdaderos. Tal y como explica Antoni Escrig en su libro El reloj milagroso:
Considerado omnisciente por Giordano Bruno y demente por los dominicos es innegable que su máquina ha marcado huella indeleble en eminentes filósofos y matemáticos como Leibniz como así lo demuestra el hecho de su intención de elaborar una lógica simbólica reduciendo las verdades de la razón a meros cálculos matemáticos.
Llull pretendía mostrar verdades indubitables, impropias de la ciencia, mediante un mecanismo que casi era de ciencia ficción, al más puro estilo asmimoviano. Habida cuenta de lo innovadora que era esta propuesta, se disculpa la contradicción en los términos, así como la ingenuidad de considerar que hay frases que pueden grabarse en discos para siempre, a fuego, a fin de crear más verdades.
La verdadera ciencia nunca escribe nada a fuego (aunque precise de evidencias mayúsculas para borrar lo anteriormente escrito). La ciencia evita en lo posible el dogma. A pesar de ello, en el siglo XXI continúa habiendo un exceso de gente que reproduce siempre los mismos discos, una y otra vez, grabados a fuego por pensadores pretéritos que un día dijeron una cosa creyendo que era la verdad absoluta y sin fisuras.
Afortunadamente, unos pocos, muy pocos cerebros, a partir del siglo XVII, se dedicaron en cuerpo y alma a cambiar sus discos mentales, repetidos hasta la saciedad, llenos de surcos profundos e indelebles, a fin de crear una nueva colección de DVD´s regrabables. Los fundadores de la Universidad Invisible, la libre circulación de conocimiento y el no me creo lo que dices hasta que lo demuestres.
Ver todos los comentarios en https://www.xatakaciencia.com
VER 1 Comentario