Una visión tradicional de la profesión médica es que los facultativos son dominantes y autoritarios, incluso arrogantes. Aunque algunas personas se ajustan a esa descripción, de hecho la profesión se basa en la duda, como la ciencia en sí misma.
La mayoría de los médicos, especialmente los buenos, son muy conscientes de los límites de su conocimiento.
Marketing y falsa sensación de seguridad
A través de la investigación científica, se intenta refutar la efectividad de los tratamientos. Los defectos están expuestos desde adentro (o eso es, al menos, la teoría).
La naturaleza de la atención médica basada en la evidencia es que las prácticas cambian a medida que surge nueva evidencia. Ése es también el caso de otros profesionales de la salud cuya práctica se basa en la ciencia, como dietistas calificados, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales y psicólogos. Esto puede ser inmensamente frustrante para los pacientes, aunque es lo se debe hacer para proporcionar el mejor tratamiento posible.
Dadas estas vacilaciones por parte de los expertos, jalonadas de dudas y correcciones continuas, no es sorprendente que algunas personas, incluso las que son inteligentes y bien formadas, se vean arrastradas por la briosa confianza de los gurús de la salud, que están llenos de apasionada intensidad y seguridad en sí mismos.
Es un sesgo cognitivo conocido en psicología como el Efecto Dunning-Kruger. En resumen, cuanto menos sepas, menos capaz eres de reconocer lo poco que sabes, por lo que es menos probable que reconozcas tus errores y deficiencias. Los gurús y los pseudocientíficos acostumbran a tropezar a esta clase de sesgo.
Esto puede explicar cómo un famoso chef australiano llamado Pete Evans no solo puede promover los beneficios para la salud de una dieta Paleo, sino también sentirse lo suficientemente informado como para pronunciarse sobre el flúor, los protectores solares y las vacunas. Y así con todo, cuñadismo style.
Contrarrestar a los gurús de salud es especialmente difícil cuando ofrecen el irresistible cóctel de lenguaje médico mezclado con una estética mucho más sugestiva que la medicina. El marketing aflora en un ámbito donde las condiciones de los pacientes son diagnosticadas con metáforas ("fatiga suprarrenal") y tratadas con poesía (albahaca santa, caldo de hueso, sal marina del Himalaya).
¿Soluciones? Pocas. Acaso los médicos debería entablar con más frecuencia conversaciones públicas sobre la salud, incluso en las redes sociales. Si no lo hacen, la discusión estará dominada por los apasionadamente desinformados, que crean confianza solo para vender curas falsas. Y se debe escuchar a los pacientes, mostrando cuidado y comprensión. Se debe asumir el difícil desafío de inspirar y motivar con la verdad. A pesar de que las condiciones actuales tampoco lo faciliten.
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