Llegados a este punto, cabe considerar entonces lo que significan los conocimientos científicos objetivos. ¿Existen? Para algunos intelectuales no existen, e incluso afirman cosas como que la teoría cosmológica del Big Bang puede ser cierta “para nuestra cultura” pero la historia de creación de los zunis es equivalentemente válida para ellos.
El quid de la cuestión, sin embargo, no es si existen conocimientos objetivos, sino que difícilmente sabremos si los hemos obtenido, porque la ciencia se basa en pequeñas aproximaciones a la verdad. Así pues, aunque la verdad de los conocimientos científicos sea sólo consensuada, temporal y sujeta a refutación, no contribuye en nada al nivel intelectual que haya críticos sobre el nivel de objetividad de la ciencia o que aseguren que cualquier visión sobre ello es válida.
El motivo principal para creer en la validez de las teorías científicas (como mínimo de las mejor verificadas) es que ofrecen una explicación a la coherencia de nuestra experiencia, es decir, a todas nuestras observaciones, incluyendo los resultados de los experimentos de laboratorio cuyo objetivo es comprobar cuantitativamente (algunas veces con una precisión asombrosa) las predicciones de las teorías científicas.
Considérese el siguiente experimento mental. Supongamos que un gienecillo laplaciano nos proporcionara toda la información imaginable sobre la Inglaterra del siglo XVII que pudiera calificarse de sociológica o psicológica: los conflictos entre los miembros de la Royal Society, todos los datos sobre producción económica y relaciones entre clases, etc. Incluyamos también documentos que se destruyeron posteriormente y conversaciones privadas que nunca fueron grabadas. Añadámosle un ordenador gigante y superrápido que procese toda esta información. Pero no incluyamos ningún dato astronómico (tales como las observaciones de Kepler y Brahe). Ahora, intentemos “predecir” a partir de estos datos que los científicos aceptarán una teoría en la que la fuerza gravitatoria disminuye proporcionalmente al cuadrado inverso de la distancia, y no con respecto al cubo inverso. ¿Cómo sería posible hacer semejante predicción? ¿Qué tipo de razonamiento podría utilizarse? Parece obvio que este resultado no se puede “extraer” sencillamente de aquellos datos.
Las ideas de los zunis (o las de mi compañero de café) no son equivalentes porque, aunque también puedan basarse en los mismos métodos de inducción, deducción y evaluación de datos, la ciencia contemporánea intenta llevar a cabo estas operaciones de una manera más meticulosa y sistemática, sirviéndose de instrumentos como pruebas de control, estadísticas o la reiteración de experimentos, entre otros. Además, las mediciones científicas son a menudo mucho más precisas que las observaciones personales o cotidianas, y entran frecuentemente en conflicto con el sentido común o la intuición.
La ciencia es el método más objetivo de conocimiento, y no importa a nivel práctico que existan realidades más objetivas aún si no somos capaces de evidenciar si existen o no.
Como resume el físico Alan Sokal:
El progresismo político debe procurar que esos conocimientos se distribuyan lo más democráticamente posible y se dediquen a fines socialmente útiles. Lo cierto es que la crítica epistemológica radical socava fatalmente la necesaria crítica política eliminando su fundamento fáctico. Después de todo, la única razón por la que las armas nucleares son un peligro para todo el mundo es que las teorías de física nuclear en las que se basa su construcción son, al menos con un alto grado de aproximación, objetivamente verdaderas.
Nunca hay que cansarse de repetir, no obstante, que todos los principios del método científico son insuficientes. No existe una sistematización completa de la racionalidad ni de la objetividad. Pero, de momento, no hay procedimiento más exhaustivo que éste, sobre todo desde que se sentaron los principios epistemológicos generales en el siglo XVII: mostrarse escéptico ante argumentos a priori, revelaciones, textos sagrados y argumentos de autoridad.
Por supuesto, este tema es mucho más complejo y controvertido de cómo lo he presentado, pero valga como aproximación y como punto de partida a fin de que busquéis más información por vuestros propios medios. Naturalmente, no debéis dejar de consultar los escritos de filósofos como Quine, Kuhn o Feyerabend, en quienes se basa gran parte del escepticismo contemporáneo. Y La lógica del descubrimiento científico de Popper, a fin de entender mejor las críticas ambiguas que ha vertido Feyerabend al mismo, como su “todo vale”.
Finalmente, no si queréis un texto donde se reúnan perlas de todos estos autores y una crítica general a los mismos, entonces no os perdáis algunos capítulos de Imposturas intelectuales, de Sokal y Bricmont, y, para estómagos fuertes, su segunda parte, mucho más documentada y profusa: Más allá de las imposturas intelectuales, de Sokal.
No os servirá para discutir con vuestro compañero de café sobre lo que es opinable y no. Pero quizá ayude.
Como epílogo, no puedo evitar citar al inmenso Bertrand Russell:
Entiendo por integridad intelectual el hábito de decidir cuestiones espinosas de conformidad con los datos contrastables, o dejarlas sin decidir cuando dichos datos no son concluyentes. Esta virtud, aunque subestimada por casi todos los adictos a cualquier sistema dogmático, es, en mi opinión, de la máxima importancia social y tiene muchas más probabilidades de resultar beneficiosa para el mundo que el cristianismo o cualquier otro sistema de creencias organizadas.
Vía | Más allá de las imposturas intelectuales de Alan Sokal