Una de las falacias lógicas más repetidas es “es verdad porque lo dijo tal persona”, entendiendo tal persona como alguien muy versado, un experto, un sabio, alguien que merece respeto y reverencia intelectual. El hecho de que creer que una afirmación tiene más peso porque procede de un sabio reconocido académicamente parece contradecir el espíritu de la ciencia, pero solo en apariencia.
Por que la ciencia no se basa en la acumulación de afirmaciones procedentes de sabios. Quienes tengan esta idea sobre la ciencia no conocen cómo funciona el detalle el método científico.
En todo caso, lo que hace la ciencia es convertir en verdad temporal lo que un grupo de expertos ha determinado como tal. ¿Cuál es diferencia entre un sabio y muchos sabios? Es la Gran Diferencia.
Antiguamente prosperaba la idea romántica del genio individual que, nadando contracorriente, nos abre los ojos a todos. Sin embargo, esta imagen nunca ha sido del todo cierta, a poco que profundicemos en la historia de las ideas. Y actualmente, de hecho, es un completo mito. Los estudios suelen realizarse en colaboración. Hay papers de física en los que colaboran decenas de autores.
Además, cualquier información vertida por tales expertos debe ser sometida al escrutinio de otros expertos, que precisamente ganarán puntos de reputación si encuentran errores manifiestos en el planteamiento original. Gracias a que mil ojos miran lo dicho con alguien, entonces la afirmación se lima de asperezas o directamente se desestima, como aquel famoso paper publicado que vinculaba vacunas y autismo.
El sistema, naturalmente, no es perfecto, y se cuelan muchas cosas que no son verdad. Pero debemos perseguir la mejora del sistema, no su suspensión.
¿Por qué los sabios no son fiables?
Porque son seres humanos, y los seres humanos son poco fiables per se. Por ejemplo, en 1980, los psicólogos ya descubrieron que incluso la simple audición de una palabra produce cambios inmediatos y mesurables en cómo evocamos palabras e ideas. Por ejemplo, si hemos leído la palabra “comer”, estaremos temporalmente más dispuestos a completar el fragmento de la palabra JA_ÓN como JAMÓN y no como JABÓN. Es lo que se llama Priming.
Hay cientos de defectos en nuestro cerebro semejantes al Priming que provoca malos razonamientos, sesgos, y falacias sutilísimas. Por eso, si otros miles de cerebros también imperfectos se dedican a buscar las imperfecciones ajenas (que se nos da mucho mejor que hacerlo en las propias, debido, también, a otro sesgo intelectual), entonces la imperfección generalizada parece reducirse un poco.
Eso es la ciencia. Un poco de reducción en el ruido circundante. Un acercamiento a la objetividad que dista aún mucho de ser objetivo. Lo suficiente como para fabricar aviones que vuelan o para entender determinados fenómenos físicos. Parece poco, pero es más de lo que miles de generaciones anteriores llegaron a comprender jamás guiados por su intuición o lo que decían los sabios de sus tribus.
Así pues, antes de conocer en profundidad los entresijos de la ciencia, mi idea del progreso era algo parecido a esto: un intelectual recluido en una estancia abuhardillada, en lo más alto de una torre, con las facciones subrayadas de sombras, iluminadas por candelabros y palmatorias; un arcádico refugio cartesiano en el que nadie podía entrar, porque las escaleras que subían hasta allí estaban truncadas, con tramos sueltos o inestables.
Ahora, mi idea de progreso es una inextricable red de personas conectadas entre sí mediante jerarquías débiles o flexibles. Todos vigilándonos a todos. Todo bien iluminado y accesible, transparente como una estructura panóptica. Dejando la que inteligencia emergente haga su magia. Una manera de afrontar los problemas que también podría extrapolarse al resto de disciplinas y actividades humanas.
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