La ciencia patológica es lo que permite que existan programas como los que presenta Iker Jiménez. Pero la ciencia patológica no es estrictamente un fraude. No es astrología o freudianismo. La ciencia patológica no es pseudociencia. Tampoco es una creencia desquiciada.
La ciencia patológica es una razón con base en la información científica, y quienes la practican suelen presentarse como incomprendidos. Los científicos patológicos se centran en un fenómeno marginal e improbable de forma casi obsesiva, y por la razón que sea invierten todo su talento científico en demostrar su existencia. El científico patológico no busca la verdad sino que pretende satisfacer la profunda necesidad de creer en algo.
Me diréis, con razón, que todas las personas, en mayor o menor medida, se ven impelidos por esa necesidad. En ese sentido, un astrólogo y un astrónomo son la misma clase de persona. Y en cierto modo es verdad. Pero no hay que confundir ‘científico’ con ‘ciencia’. Tanto el astrólogo como el astrónomo son víctimas potenciales de la ciencia patológica, pero la ciencia es precisamente un sistema para corregir y hasta eliminar esta tendencia (luego, naturalmente, el buen científico se plegará a las exigencias del método científico; y el astrólogo renegará de ellas por considerarlas insuficientes).
La ciencia patológica no solo prospera en campos marginales, también lo hace en campos legítimos pero puramente especulativos. Por ejemplo, entre las fisuras del darwinismo se cuela el diseño inteligente.
Si la ciencia patológica existe, precisamente lo hace porque la ciencia es prudente, y presenta sus indicios con reservas. Los creyentes en la ciencia patológica se aprovechan de esa ambigüedad sobre los indicios, afirmando entonces que los científicos ortodoxos no lo saben todo y, por lo tanto, hay sitio para otras especulaciones. (Muy común es, por ejemplo, que los defensores del diseño inteligente aduzcan que la teoría de la evolución es solo una ‘teoría’... o que la ciencia avanza y no está segura de todo).
Este matiz epistemológico sobre el funcionamiento de la ciencia es el que precisamente emplean continuamente los colaboradores de muchos programas de pseudociencias que quieren dirigirse a un público medianamente culto: como seguir hablando con gente que adivina el futuro mirando una bola de cristal ya empieza a ser ridículo, sacan a la luz los indicios científicos más ambiguos para diferenciar entre científicos ortodoxos y heterodoxos. Es decir, a su manera de ver el mundo: entre personas que son cerrados de mente y los que no lo son. Cuando, en realidad, no importa cómo sean los científicos: la ciencia exige siempre los mismos protocolos. Y éstos son ortodoxos, inflexibles, ajenos a los sentimientos de los investigadores. Aprovecharse de que no hay consenso científico sobre un tema no le convierte a uno en un investigador heterodoxo, sino en un practicante de la ciencia patológica, en un no-científico.
Por otro lado, que un científico sea cerrado de mente o afirme taxativamente, casi insultantemente, lo que la ciencia considera como oficial, no convierte a la ciencia en una herramienta ineficaz: el ineficaz es exclusivamente ese científico.
El buen científico (el que conoce los fundamentos epistemológicos de su disciplina y los practica con honradez), sin embargo, se caracteriza por la modestia (“no sabemos mucho, probablemente, eso sugiere que…”) y el sentido del humor (entendido como no otorgar demasiado peso específico a las afirmaciones, lo cual también puede derivar en la autoparodia, los chistes o incluso la participación en el IgNobel).
Pero sobre buenos y malos científicos hay mucho más que decir, como os explicaré en un post sobre Wilhelm Röntgen.