He leído sobre la telepatía, el PES, la astrología, el triángulo de las Bermudas, los espíritus, los zahoríes y las profecías de Nostradamus. He estudiado los manuscritos del pope de la cienciología L. Ron Hubbard, las claves de la estructura de las galaxias en la energía de los orgasmos humanos de Wilhelm Reich, la creación eléctrica de insectos microscópicos con sales de Andrew Crosse o hasta la noticia de un tal Hans Hörbiger, que, bajo los auspicios nazis, anunciaba que la Vía Láctea, nuestra galaxia, no estaba constituida de estrellas sino de copos de nieve.
Sin embargo, de todos los relatos de fraudes y charlatanería que he leído en mi vida, el de los rods es uno de los que me causa más asombro.
Los rods o “bastoncillos” son presuntos seres vivos de forma cilíndrica, con ciertas trazas de insecto, que desarrollan pasmosas velocidades de proyectil, por ello resulta muy difícil verlos a simple vista. Al desplazarse por el aire parecen hacerlo como peces.
Aparentemente disponen de unas aletas helicoidales y membranosas por todo el torso, las cuáles agitan en forma de ola para impulsar sus diminutos cuerpecillos. Carecen de aparato digestivo y se alimentan de la energía solar a través de la fotosíntesis, como las plantas. Y su vertiginosa propulsión les permite traspasar planos suprafísicos y universos paralelos, atravesando la materia como si fueran ectoplasmas con forma de cigarrillo fugaz.
La única manera de observar este fenómeno criptozoológico lindante con la ciencia ortodoxa (siendo extremadamente eufemísticos) es mediante una cámara de vídeo equipada con un obturador de velocidades y exposición manual. Se ajusta el obturador a una velocidad de 1/10000 de segundo de exposición, se instala en un trípode y se enfoca un objeto cualquiera del paisaje: una montaña, un edificio o cualquier otra cosa que más tarde nos sirva para determinar el tamaño del rod. Si es posible, se debe filmar a contraluz, de tal forma que en el momento que aparezca uno, sea más visible.
Después se analizará fotograma a fotograma la película en busca de estas cañas diminutas y supersónicas que viajan siguiendo trayectorias irregulares e impredecibles, atravesándolo todo a su paso como si nada existiera en realidad, como proyectiles vaporosos.
El fenómeno de los rods fue descubierto en 1994 por el productor de televisión José Escamilla cuando se encontraba analizando, junto a su esposa Karen, una serie de vídeos Ovni. En una de estas grabaciones, realizada en Midway (EEUU), descubrieron que algo extraño cruzaba velozmente la pantalla. Aquél fue el primer rod o pez volador.
Sí, los rods tienen sus investigadores, y también sus creyentes. Pero me siento incapaz de articular ninguna crítica, ni siquiera epistemológica. Porque, como decía Martin Gardner, intentar convencer a los que creen en las pseudociencias es como escribir sobre el agua (aunque en lo tocante en el tema de los rods, creo que la cosa sería infinitamente más complicada).
Por eso, al menos en este caso (permitídmelo porque es agosto y aún tengo un pie en las vacaciones, y por tanto una pereza extrema en el otro), adoptaré la postura del sabio H.L. Menkel: una carcajada vale más que mil silogismos. Ja-Ja-Ja.
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