DÁNDOLE UNA MANO DE PINTURA AL MUNDO
Durante sus vacaciones de Semana Santa, el joven William Henry Perkin (1838-1907), de 18 años de edad, no sabía dónde se metía cuando decidió fabricar quinina artificial en su laboratorio casero. La quinina era el único fármaco contra la malaria, así que la aspiración del joven Perkin era salvar vidas, algo muy loable.
Lo que ignoraba es que acabaría dándoles pábulo a los diseñadores de moda.
No es que Perkin fuera como Versacce o Gucci sino que no daba ni una cuando intentaba dar con la quinina artificial. Probó varios materiales para fabricarla, pero no había manera. Su último intento fue con la anilina, que la usó como material de partida.
El producto que obtuvo fue una sustancia de color negro. Pero Perkin notó que el agua o el alcohol usado para lavar el frasco se volvía de color púrpura.
Perkin, sin quererlo, había elaborado el primer tinte sintético de la historia. Al que llamó malva.
PALOMAS BIG BANG
Los excrementos de paloma son una “sustancia blanquecina dieléctrica”, es lo que se dijeron en 1964 Robert Wilson y Arno Penzias en los laboratorios Bell, en Holmdel (Nueva Jersey).
Ésa es la explicación que le daban al hecho de recibir un ruido de radiación residual comparable a la estática de la radio a través de la antena que habían modificado. Era una antena usada para recibir señales de los primeros satélites de comunicación, pero ambos científicos la habían ajustado para estudiar las señales de radio procedentes del espacio exterior.
Cuando examinaban su antena y la encontraban llena de excrementos de paloma, deducían que el ruido que no dejaban de escuchar nunca era precisamente producido por el excremento. Pero no era así.
El ruido de fondo que detectaron era la radiación remanente de la explosión primitiva del Big Bang, conclusión a la que llegaron gracias a James Peebles, un astrofísico de la Universidad de Princenton que acababa de publicar un artículo sobre el Big Bang.