Cuando era más joven y soñador, uno de mis objetivos (lo confieso) fue obtener una fuente ingente de ingresos explotando el tabú sexual que reina en la sociedad. Con tamaños recursos económicos aspiraba a financiar investigaciones científicas que ninguna empresa privada deseaba financiar, ya fuera por falta de visión o por exceso de pragmatismo.
Además, estéticamente me resultaba muy estimulante la idea de que un enorme negocio de servicios eróticos de toda índole pudiera impulsar nuestro conocimiento global sobre la realidad hasta límites insospechados: dineros obtenidos a través de tabúes sociales para alcanzar logros que la miopía social nunca aceptaría.
Sin embargo, ¿todo es lícito a la hora de financiar investigaciones científicas que no sólo nos descubran el universo sino que incluso mejoren la calidad de vida de la humanidad? Un argumento que suelo encontrarme que, al ser la ciencia una actividad financiada por el Estado o por entidades privadas, es puramente económica e interesada, no científica. ¿Es esto cierto? ¿Basta el dinero para avanzar en el conocimiento científico o hace falta algo más?
La mayoría de avances tecnocientíficos actuales se producen como resultado de intereses privados que, a la larga, pueden beneficiarnos a todos. Un ejemplo paradigmático lo constituyen los relojes de precisión, que fueron estimulados por la marina real británica, que ofreció un premio en metálico a cualquiera que pudiera construir un cronómetro capaz de localizar con mayor exactitud las posiciones de los barcos.
El avance de estos relojes no fue motivado por la curiosidad científica sino por la simple necesidad de trasladar los ejércitos alrededor del mundo de un modo más eficaz y así proteger el recientemente adquirido Imperio Británico y su base comercial.
La ciencia no puede avanzar sin la economía, sin el apoyo financiero de todos los habitantes, sin que exista una especie de pacto tácito por el cual los científicos, al igual que los artistas, pueden obtener fondos del erario público para resolver incógnitas que tal vez no interesen al ciudadano de la calle (la construcción del LHC, por ejemplo, está financiado por todos nosotros, pero casi ninguno de nosotros entiende con precisión para qué sirve el LHC).
Es cierto que la curiosidad es importante para fomentar la investigación científica, pero lo es tanto o más el escenario que acabo de describir. Por ejemplo, como refiere Robin Dunbar:
La curiosidad de los griegos respecto del mundo fue, sin duda, un elemento importante en este proceso, pero un factor igual de importante fue que su economía, basada en la esclavitud, dio lugar a una clase acomodada que, a diferencia de los patricios romanos que vinieron detrás de ellos, no tenían ni imperio ni intereses comerciales que absorbiesen sus energías. Seguramente, no es un accidente que la ciencia moderna haya logrado las cotas que ha logrado, justo en aquellas economías que han generado un excedente suficiente para crear una clase acomodada.
Pero la ciencia, entonces, ¿es intrínsecamente negativa por estar financiada de esta manera y, sólo eventualmente, conseguimos que se haga verdadera ciencia? Lo veremos en la siguiente entrega de este artículo.
Vía | El miedo a la ciencia de Robin Dunbar