Las bibliotecas siempre se han considerado palacios del saber, lugares en los que el conocimiento colectivo se almacena y preserva a fin de que la barbarie no nos atrape nunca más. Sin embargo, las cosas no son tan fáciles, y las bibliotecas (así como los libros), desprenden determinado halo romántico que distorsiona en cierto modo su utilidad en caso de cataclismo.
Imaginemos que sucede una suerte de apocalipsis. Una guerra nuclear. Un meteorito. Un virus. Cualquier factor que nos aboque a un escenario tipo Mad Max. ¿Qué podríamos hacer para reconstruir el mundo? Naturalmente, acceder a los libros que se almacenan en las bibliotecas, a fin de aprender cómo se reconstruye el mundo, desde la agricultura hasta la alta tecnología.
Los supervivientes a determinados cataclismos podrían sobrevivir bastante cómodamente a éste, porque habría comida enlatada en supermercados y combustible en gasolineras, por ejemplo. Pero, poco a poco, necesitarían regresar a los niveles de producción de antaño. Producción de ropa, medicinas, maquinarias, medicinas y otras tecnologías que se irían descomponiendo con el paso del tiempo.
Los supervivientes encontrarían muchos libros prácticos para, por ejemplo, aprender a cultivar determinados alimentos. Pero muchos conocimientos especializados no estarían tan disponibles, tal y como explica Lewis Dartnell en su libro Abrir en caso de Apocalipsis:
¿Qué cree usted que entendería si cogiera un libro de texto de medicina del estante y hojeara las páginas de terminología y nombres de fármacos? Los manuales de medicina universitarios presuponen una enorme cantidad de conocimiento previo, y están diseñados para ser utilizados junto con las enseñanzas y demostraciones prácticas de expertos reconocidos.
Por si fuera poco, gran parte de los conocimientos punteros no están en las bibliotecas, no se recogen en libros, sino en artículos o papers que se almacenan en servidores web de revistas especializadas. (También de difícil lectura para legos, en caso de sobrevivir).
Quedan, naturalmente, millones de libros ordinarios. Pero la mayoría de los libros editados en la historia de la humanidad no resultan demasiado prácticos para construir una nueva civilización, y además habría que dedicar mucho tiempo, mediante ensayo y error, a averiguar qué libros cuentan la verdad y qué libros están equivocados o directamente cuentan mentiras.
El problema principal es que, entre los supervivientes, casi no habría (o no habría ninguno) capacitado para acceder a fuentes confiables de conocimiento. Y la mayoría de los libros de las bibliotecas (y en mayor proporción de las librerías), no son confiables. Es decir, de poco sirve disponer millones de libros si no disponemos de millones de personas capaces de leerlos con sentido crítico.
La más absurda de las pesadillas sería la de una sociedad postapocalíptica que descubre unos cuantos libros amarillentos y quebradizos y, creyendo que contienen la sabiduría científica de los antiguos, trata de aplicar la homeopatía para frenar una plaga o la astrología para prever las cosechas. Incluso los libros de la sección de ciencia ofrecerían poca ayuda. Puede que el último éxito de ventas de ciencia popular esté escrito de forma amena, haga un inteligente uso metafórico de observaciones cotidianas, y deje al lector con un conocimiento más profundo de alguna nueva investigación, pero probablemente no proporcione un gran conocimiento práctico.
Ver arder una biblioteca resulta catastrófico, y a todos los grandes lectores les sobrecoge la imagen de la destrucción de libros. Pero quizá exageramos su importancia práctica, epistemológica y filosófica, habida cuenta de que no nos produce tanto sobrecogimiento la destrucción de, por ejemplo, ropa u otros artículos de unos grandes almacenes. Habida cuenta de que la mayor parte de los libros de una biblioteca no sirven a una sociedad postapocalíptica y que un gran porcentaje solo cuenta mentiras o falsedades, amén de tonterías, tal vez deberíamos empezar a jerarquizar los volúmenes de algún modo a fin de que sea más importante preservar unos sobre otros, y no el conjunto en general por el simple hecho de que tienen el mismo aspecto: pulpa de árbol prensada y unida entre sí por el lomo con una portada y una contraportada.
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