La ciencia no es una filosofía ni un sistema de creencias. Es una combinación de operaciones mentales que se adquiere por hábito, nunca por herencia genética. Nadie nace científico, aunque todos nazcamos con propensión a emocionarnos con las historias de ficción o la música.
La ciencia no es algo natural. Es una construcción humana que va más allá de nuestros sentidos y nuestras reflexiones, y que desafía continuamente lo que creemos saber sobre el mundo y sobre nosotros mismos.
La ciencia nos ha descubierto que literalmente estamos ciegos a casi todo lo que sucede en la realidad que nos rodea. Una cultura precientífica creía la luz visible era la única luz que existía. Atrapada en la caverna de Platón no podía advertir jamás que había más luz que no podía registrar con sus torpes sentidos.
La ciencia instrumental ha descubierto lo que hay más allá, y ha determinado que la luz visible sólo es una ínfima parte de la radiación electromagnética, que comprende longitudes de onda de 400 a 700 nanómetros, dentro de un espectro que va desde las ondas gamma, billones de veces más cortas, a las ondas de radio, billones de veces más largas.
La retina humana no está preparada para recibir toda esta información, aunque sí lo esté para leer un libro de Pablo Coelho. No importa que continuamente nos llueva encima toda esa radiación. Sabíamos menos de ella que del final de Perdidos.
Ahora los científicos son capaces de traducir cualquier longitud de onda en luz visible y sonido audible, como traductores de una lengua extranjera de la que nunca hubiéramos oído hablar y nos explicaran la realidad de forma más amplia y profunda. ¿Acaso se armó tanto revuelo al descubrirse algo así del que se armaría al descubrir el enésimo libro perdido de algún autor clásico de historias de ficción?
Cuánto tiempo perdemos en nuestras miserias cotidianas, prisioneros de lo que nos parece lo más trascendental del mundo, hablando de todo sin ver más allá de lo que nos muestran nuestros sentidos forjados por la evolución darwiniana a fin de sobrevivir en la sabana africana. Cuánto tiempo sin tener presente que hoy, los científicos, ya pueden visualizar la materia a través de 37 órdenes de magnitud.
El mayor de los racimos de galaxias es mayor que la menor de las partículas conocidas por un factor del número uno seguido por unos 37 ceros.
De esta manera la ciencia ha ampliado nuestra visión. Y también nuestro oído: la gama auditiva del ser humano va de los 20 a los 20.000 Hz, o ciclos de compresión de aire por segundo. Un una gama suficiente para oír lo que nos dice otra persona, o las historias de los jefes de la tribu o la del profesor de filosofía. Pero desde 1950, los zoólogos pueden escuchar batallas nocturnas que antes eran mudas: con receptores, transformadores y fotografía nocturna pueden seguir cada chillido y maniobra nocturna de los murciélagos, que emiten pulsos ultrasónicos.
No pretendo faltar al respeto a nadie cuando digo que las personas precientíficas, con independencia de su genio innato, no podrían adivinar nunca la naturaleza de la realidad física más allá de la minúscula esfera que es abarcable mediante el sentido común no ayudado. Ninguna otra cosa funcionó nunca, ningún ejercicio a partir de los mitos, la revelación, el arte, el trance o cualquier otro medio concebible; y a pesar de la satisfacción emocional que produce, el misticismo, la sonda precientífica más fuerte hacia lo desconocido, a dado un resultado cero. No hay conjuro de chamán ni ayuno en lo alto de una montaña sagrada que pueda convocar al espectro electromagnético. Los profetas de las grandes religiones no sabían de su existencia, no porque su dios fuera reservado, sino porque carecían de los conocimientos de física que sólo se consiguen con mucho esfuerzo.
Los textos sagrados, los textos de filosofía, las novelas de todos los tiempos… absolutamente nadie mencionó qué era y cómo funcionaba todo el espectro electromagnético que no podemos ver. Todo ellos hablaron siempre de cosas invisibles, sí. Pero nunca de una tan obvia y fácil de descubrir como el espectro electromagnético.
Sencillamente porque usaban una manera de pensar las cosas que no era eficaz. Sencillamente porque estuvieron ciegos a lo largo de toda la historia de la humanidad. Y sólo ahora empezamos a vislumbrar retazos de la realidad, en poco menos de un siglo de avances acumulativos y sistemáticos fundados en esta nueva forma de pensar antinatural y rara.
En la próxima entrega de este artículo profundizaré en las razones que han llevado al ser humano, el supuesto culmen de la creación, a nacer tan ciego, tan sordo y tan poco preparado para pensar objetivamente.
Vía | Consilience