Si quieres divulgar, evita en lo posible el lenguaje enrevesado

En algunos textos de prosa o poesía se agradece la complejidad lingüística porque de este modo también se puede disfrutar a nivel estilístico del texto.

Sin embargo, a la hora de explicar un tema científico o exponer una teoría, la oscuridad del lenguaje generalmente revela pedantería innecearia o lagunas teóricas.

Claridad expositiva

Todo lo que suena ligeramente incomprensible, críptico y aburrido suele parecer al lector interesante, profundo y verdadero. Sin embargo, este juego pirotécnico es peligroso en divulgación porque trata engatusarnos con una retórica demasiado persuasiva y hacernos creer que lo que en realidad no tiene sustento. Es algo que ya demostró genialmente Alan Sokal y Jean Bricmont en Imposturas intelectuales.

Frente a un libro de divulgación, o un reportaje o artículo, debemos buscar la más de las veces la claridad expositiva, tanto como autores como lectores.

Saber mucho no consiste es escribir raro: quien sabe más es aquél que es capaz de explicar de manera sencilla lo más complejo. En esto debemos invocar a George Orwell, que decía que la principal ventaja de hablar y escribir con claridad es que “cuando hagas una observación estúpida, su estupidez resultará obvia incluso para ti.”

La sabiduría y la erudición no precisan de un vocabulario o una sintaxis especializados. Todo se puede explicar con palabras llanas y construcciones asequibles, aunque ello necesite de mayor inversión de energía y conocimiento por parte del autor. Energía que no se ve recompensada, pues es más fácil alcanzar la gloria escribiendo raro y difícil que haciéndolo digerible para la mayoría.

Luego está el esnobismo de sentir que uno puede entender lo que la mayoría no entiende, claro. Y por último, tampoco debemos olvidarlo, existen personas que disfrutan de lo críptico, se solazan en la búsqueda del sentido, en la confusión, en la poética de lo inexpugnable. Hagamos de todos modos caso a Montaigne cuando decía: una prosa incomprensible suele ser fruto de la pereza antes que de la inteligencia, y que lo que se lee con facilidad pocas veces ha sido fácil de escribir.

Recordémoslo aunque de vez en cuando sigamos succionados por el poder irresistible de los adjetivos altisonantes, del polvo que acumulan las páginas, del inextricable sentido de oraciones sin freno, de las ideas poco claras, de los latinajos y un largo etcétera retórico.

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