El contexto lo es todo. Incluso para responder a una pregunta como ¿a cuánta gente salvarías? En un famoso experimento al respecto, el premio Nobel Daniel Kahneman y Amos Tversky dividieron en dos grupos a unos voluntarios a los que se les explicó el siguiente problema hipotético.
Una enfermedad está a punto de asolar Estados Unidos. Puede matar a 600 personas.
A continuación, al primer grupo se le decía una cosa, y al segundo grupo, otra. Al primero se le comunicó que si se adopta un programa A de actuación entonces se salvarán a 200 personas. Si se adoptaba el programa B, entonces habría una probabilidad de un tercio de que se salven 600 personas y una probabilidad de dos tercios de que nadie se salve.
Al segundo grupo B se le decía que si se adopta el programa C, morirán 400 personas, y si se adopta el programa D, hay una probabilidad de un tercio de que nadie muera, y una probabilidad de dos tercios de que mueran 600 personas.
Los programas A y C describen el mismo resultado: 200 personas se salvan, 400 se mueren. Y el B y D, también coinciden: hay una probabilidad de un tercio de que se salven todos, y una probabilidad de dos tercios de que nadie se salve.
Pero tal y como lo explica Joseph Hallinan en el libro Las trampas de la mente:
Si la gente prefiere A, entonces debería preferir también C, ya que implican las mismas consecuencias. Pero no es eso lo que sucedió. En el primer grupo, en el que la solución se estableció en términos de vidas saladas, el 72 % de los sujetos prefirió A. Pero en el segundo grupo, en el que la respuesta se daba en términos de vidas perdidas, las preferencias se invirtieron: el 78 % votaron D.
Imagen | Qole Pejorian
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