"Yo no te pedí nacer" es una frase encolerizada de adolescente que más de una vez puede ser arrojada sobre un padre cuando éste protesta sobre algún comportamiento o actitud.
Filósofos de todas las épocas han abordado también el espinoso tema de la existencia: ¿no hubiera sido evitar nacer para vivir una existencia pesarosa con fecha de caducidad? En un mundo en el que empieza a asolarnos el cambio climático y una perspectiva de futuro difícil y donde los dioses ya no dan las respuestas que buscamos, el antinatalismo se está convirtiendo en una filosofía pujante: ya que no pudimos escoger nacer, no propiciemos que otras nuevas vidas arrastren la dura carga de existir.
Antinatalismo
Aunque David Benatar, uno de los principales arquitectos modernos de esta filosofía, puede o no haber acuñado el término "anti-natalismo" sí que está haciendo una gran labor de divulgación de la misma. Según Benatar, jefe del Departamento de Filosofía de la Universidad de Ciudad del Cabo y autor de Better Never Be Been Been:
No debemos traer nuevas personas a la existencia, pero creo que la visión es más amplia, que no debemos traer nuevos seres conscientes a la existencia. No es sólo la opinión de que es dañino el surgir, sino una visión adicional de que está mal crear seres.
La existencia puede ser agradable para el que existe. Pero, poco después, llega la vejez y la muerte. Y, entonces, uno se pregunta: ¿de qué ha servido todo? ¿Para qué veo todo esto si nunca más voy a ver nada y ni siquiera seré consciente de lo que vi? ¿Para qué estar un tiempo consciente si el castigo es que todo desaparezca como lágrimas en la lluvia, parafraseando al replicante de Blade Runner?
El argumento de que dejamos nuestra huella y ayudamos a las generaciones siguientes es romántico, pero poco práctico: en el fondo contribuimos a hacer girar la rueda de nuevas existencia efímeras en un universo sin sentido que también acabará por desaparecer. Según Benatar:
Si estás pensando en traer a alguien a la existencia, no solo estás pensando en cuando son jóvenes, sino también cuando tienen ochenta años. Los padres no piensan en el cáncer que devastará el cuerpo de su futuro hijo décadas después de que ellos mismos mueran.
Estas consideraciones son particularmente interesantes a medida que diseñamos inteligencias artificiales más complejas, ya que podremos construir mentes artificiales que sufrirán también en grados que ni siquiera podemos entender. Algo mucho peor, quizá, que traer hijos al mundo.
El anti-natalismo no es una filosofía que se puede resumir en una conversación, especialmente porque va en contra de nuestro impulso biológico más básico: existimos para reproducirnos, y en la reproducción evitamos que el 50% de nuestro ADN desaparezca de la existencia recombinándolo con el 50% de ADN de otra persona. Seguramente ni siquiera podamos llegar a una conclusión clara porque ignoramos demasiado acerca de lo que somos, lo que es el universo, y si existe algún propósito último. Para los antinatalistas, sin embargo, las cosas pintan mal, como pintaba para el filósofo Arthur Schopenhauer:
Si los niños fueran traídos al mundo por un acto sólo de pura razón, ¿seguiría la raza humana existiendo? ¿No preferiría un hombre tener la suficiente simpatía con las generaciones futuras como para librarle de la carga de la existencia, o hasta cierto punto no tomar él la decisión de imponer tal carga sobre ellas a sangre fría?
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