A rebufo del debate que suscitó el artículo ¿Un adolescente debería ir a la cárcel si comete un crimen? a propósito de la pena de muerte, vale la pena sacar a colación un fallo de razonamiento muy común, una ilusión cognitiva generada por nuestro cerebro del mismo estilo de las ilusiones visuales de Escher.
La demostración clásica de que las personas están sesgadas por sus ideas previas procede de un estudio que analizó las creencias de la gente a propósito precisamente de la pena de muerte, concretamente “Biased assimilation and attitude polarisation the effects of prior theories on subsequently considered evidencie”, publicado en Journal of Personality and Social Psychology, 37, de 1979.
En el estudio se reunió a un gran número de partidarios y detractores de la pena de muerte, y se les mostró dos pruebas o indicios sobre el supuesto efecto disuasorio de la pena capital: una prueba apoyaba la existencia de dicho efecto disuasorio, y la otra prueba aportaba evidencia empírica de lo contrario.
Las pruebas eran las siguientes:
Una comparación entre los índices de asesinatos en un Estado estadounidense previos a la aprobación de la pena de muerte y los índices posteriores a la implantación de ésta.
Una comparación entre los índices de asesinatos en diferentes Estados de Estados Unidos, algunos con la pena de muerte en vigor y otros sin la pena capital.
Pero el estudio era un poco más intrincado. Tanto partidarios como detractores fueron subdivididos a su vez en dos grupos más pequeños.
De ese modo, en total, la mitad tanto de los partidarios como de los detractores de la pena capital vieron su opinión reforzada por los datos que mostraban la diferencia entre el “antes” y el “después”, y cuestionada por los datos sobre las diferencias entre Estados, mientras que para la otra mitad (de partidarios y de detractores), los datos que reforzaban sus tesis de partida fueron los de las diferencias interestatales y los que las cuestionaban fueron los de las diferencias temporales.
Los sujetos no tardaron en aducir defectos de método en las pruebas que iban contra sus ideas; así como no apreciaban esos defectos en las pruebas que respaldaban sus ideas.
Es decir, que los sujetos no hacían una valoración objetiva de los datos sino que se fijaban en si dichos datos validaban o no sus opiniones preexistentes, sus prejuicios, sus ideas preconcebidas, sus lastres culturales, sus ideas religiosas o morales implantadas catequísticamente en sus mentes.
La mitad de los partidarios de la pena de muerte, por ejemplo, criticaron la idea misma de la comparación de datos interestatales, alegando razones metodológicas, porque ésos eran los datos que contradecían su opinión previa, pero se mostraron satisfechos con los datos sobre las diferencias temporales (entre el “antes” y el “después”; pero la otra mitad de los partidarios de la pena capital pusieron por los suelos los datos comparativos del “antes” y el “después”, porque, en su caso, se les había presentado datos sobre diferencias temporales que cuestionaban su modo de ver, y datos sobre diferencias interestatales que lo respaldaban.
Cabe suponer que estos resultados serían extrapolables a cualquier otra opinión sobre un asunto complejo en el que existen muchas variables: aborto, toros, políticas de derechas o de izquierdas, violencia, economía, etc. Así que la próxima vez que os pongáis a opinar sobre un asunto, tened en cuenta que somos criaturas reacias a cambiar de opinión, y que nuestro bagaje cultural actúa a menudo como lastre y no impulsor del pensamiento.
Vía | Mala Ciencia de Ben Goldacre