Las protestas no violentas tienen el doble de probabilidad de tener éxito que los conflictos armados, y solo que participe un mínimo del 3,5% de la población, se logrará el cambio al que se aspira.
El poder del pueblo, pues, puede ser profundamente antidemocrático cuando se basa en las protestas, las manifestaciones y las presiones: básicamente una minoría puede imponer su criterio a una mayoría.
El poder de las minorías
Según un estudio que analiza el periodo 1900-2006, realizado por Erica Chenoweth, politóloga de la Universidad de Harvard, los movimientos no violentos consiguen el cambio político con el doble de frecuencia que los violentos (53% frente a 26%) y cuando consiguen implicar al 3,5% de la población no han fallado nunca en conseguir el cambio.
El estudio recopiló datos de 323 campañas violentas y no violentas. Y sus resultados, que fueron publicados en su libro Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict.
Ello confirma que la desobediencia civil no es solo una elección moral; también es la forma más poderosa de dar forma a la política mundial. La abolicionista afroamericana Sojourner Truth, la activista sufragista Susan B. Anthony, la activista por la independencia india Mahatma Gandhi y el activista estadounidense por los derechos civiles Martin Luther King son buenos ejemplos de ello.
Chenoweth argumenta que las campañas no violentas tienen más probabilidad de tener éxito porque pueden reclutar muchos más participantes de un grupo demográfico mucho más amplio, lo que puede causar graves trastornos que paralizan la vida urbana normal y el funcionamiento de la sociedad. Durante una protesta callejera pacífica de millones de personas, los miembros de las fuerzas de seguridad también pueden tener más probabilidades de temer que sus familiares o amigos estén entre la multitud, lo que significa que no pueden tomar medidas enérgicas contra el movimiento.
La campaña del Poder Popular contra el régimen de Marcos en Filipinas, por ejemplo, atrajo a dos millones de participantes en su apogeo, mientras que el levantamiento brasileño en 1984 y 1985 atrajo a un millón, y la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia en 1989 atrajo a 500.000 participantes.
Parecen cifras muy altas, pero porcentualmente son bajas. Tal nivel de participación activa probablemente significa que muchas más personas están tácitamente de acuerdo con la causa, pero eso tampoco lo sabemos. Quizá es un grupo muy motivado.
Esto tiene una parte buena y otra mala: si la lucha que se defiende ese tanto por ciento tan pequeño de personas es buena y justa, entonces parece positivo. Pero también podrían estar equivocados, o mal informados, o conducidos por el odio, la ceguera ideológica o cualquier otro sesgo. Afortunadamente, también hay que decirlo, a pesar de tener el doble de éxito que los conflictos violentos, la resistencia pacífica todavía fracasó el 47% del tiempo. Es decir, que solo tiene éxito la mitad de las veces. Otra cosa es averiguar si esa mitad es la buena o la mala.
Podemos, Monedero y España
Últimamente estamos viendo escraches a Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero. Jarabe democrático, lo llamaban ellos… antes de que les tocara tomárselo a la fuerza, claro. Los que ahora los consideran justos, antes los consideraban abominables, y viceversa. Porque a todos nos encantan las protestas, las manifestaciones multitudinarias y hasta el corte de calles o quema de containers si… vindican las ideas que nos gustan a nosotros. O fastidian al político que odiamos o consideramos al Mal encarnado.
Os hablo un poco más del problema de usar el cómputo de personas que participan en una manifestación, así como el ruido que hacen, para dirigir la política de un país (con todos sus derechos básicos garantizados) en el siguiente vídeo.
Sí, sé que ahora mismo estáis encendiendo las antorchas para venir a escrachearme a la puerta de Baker Café. Pero dadme un poco de tiempo, tomemos un café y charlemos:
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