Los últimos avances en neurociencia y sociología desacreditan cada vez en mayor medida las mediciones del Coeficiente de Inteligencia. Por ejemplo, se ha demostrado que las condiciones ambientales influyen más de lo que se creía en la supuesta inteligencia innata, y también que la inteligencia humana tiene muchas facetas que no suelen medirse en las baterías de tests.
Sin embargo, estas objeciones al CI entendido como un número, no le quitan valor a la tendencia descrita por el Efecto Flynn. Incluso, la hacen más interesante.
A finales de 1970, un filósofo americano y activista de los derechos civiles llamado James Flynn empezó a investigar la historia de los coeficientes de inteligencia en un intento de refutar los estudios publicados por el controvertido académico Arthur Jensen (cuyo trabajo inspiró en lo menos polémico libro titulado The Bell Curve).
Esta controversia suscitada por Jensen, en pocas palabras, ponía de manifiesto un presunto margen de diferencia entre la puntuación de los negros y los blancos. Pero en su intento de demostrar que la tesis de Jensen era una falacia, Flynn llegó a conclusiones inesperadas.
Al bucear en los archivos militares, Flynn descubrió que las puntuaciones de los afroamericanos habían subido espectacularmente en el último cuarto de siglo. Una tendencia que en un principio parecía confirmar que Jensen se equivocaba y que, en efecto, el ambiente influía en la inteligencia más de lo que se había creído: el acceso de los afroamericanos al sistema educativo ponía a los afroamericanos al mismo nivel que los blancos.
Pero también descubrió otra cosa. La puntuación de los blancos también aumentaba. Y casi al mismo ritmo que la de los afroamericanos.
Independientemente de la etnia, la clase social o el nivel educativo, los americanos se estaban volviendo más inteligentes a medida que transcurrían los años. Flynn cuantificó este cambio: en 40 años, la población americana había ganado 13,8 puntos de media de coeficiente intelectual.
Si hasta el momento esta tendencia había pasado desapercibida para la comunidad académica era porque el departamento encargado de los CI adaptaba de forma rutinaria los exámenes para asegurarse de que una persona de inteligencia media alcanzara siempre una puntuación media de 100 en el test.
De esta manera, se revisaban cada cierto tiempo los números y se retocaba el test para asegurarse de que la puntuación media fuera de 100. Esto quiere decir que incrementaban progresivamente la complejidad de los tests. Teniendo en cuenta, entonces, este nivel de dificultad progresivo, estaba claro que las capacidades intelectuales cada vez eran más solventes.
Vía | Everything Bad Is Good for You, de Steven Johnson