Así pues, si cada vez tenemos un CI más alto y las razones que se pueden aportar no tienen que ver con la alimentación ni con las aulas, ¿de dónde procede este incremento cognitivo tan apreciable? Steven Johson, en su libro The bad is good for you propone una rompedora hipótesis: la razón estriba en un cambio sustancial de nuestra dieta “mental”.
Johnson lo plantea así:
Pensad en el esfuerzo cognitivo y lúdico que debía hacer fuera de la escuela cualquiera niño de diez años de hace un siglo: leía los libros que tenía al abasto, jugaba con juguetes o a pelota con los amigos del vecindario. Pero la mayor parte del tiempo se lo pasaba ayudando a las faenas de la casa o haciendo de mano de obra infantil. Comparad eso con el nivel de dominio tecnológico y cultural de un niño de diez años de hoy en día. Ahora sigue la marcha de un puñado de equipos de deporte profesional, alterna como si nada la mensajería instantánea con el correo electrónico para poder comunicarse con sus amigos, y también se sumerge en inmensos mundos virtuales adoptando nuevas tecnologías multimedia y resolviendo los problemas con toda la naturalidad del mundo. Gracias al aumento del nivel de vida, estos niños también tienen más tiempo libre que el de hace tres generaciones. Las aulas pueden que estén llenas desde hace años, pero los niños de ahora son puestos a prueba constantemente por nuevos medios audiovisuales y tecnológicos que les inducen a adquirir estrategias más avanzadas para afrontar la resolución de problemas. Casi todas las familias con niños pequeños hacen broma explicando cómo el hijo pequeño sabe programar el video mientras que el papá y la mamá, con todos sus títulos universitarios, apenas saben programar el despertador.
A juicio de Johson, los padres parecen tomarse con ligereza estas habilidades, como si sólo fueran conocimientos técnicos superficiales. Pero la capacidad para asimilar un sistema complejo y aprender las reglas sobre la marcha es un talento que resulta muy útil en el mundo real. Como sucede al aprender a jugar al ajedrez: la habilidad en sí no es tan importante como los principios generales que hay detrás.
En palabras del psicólogo social Carmi Schooler, el efecto Flynn refleja claramente que el entorno se está volviendo cada vez más complejo. Hasta el punto de que este entorno acaba recompensando el esfuerzo cognitivo. En este entorno, los individuos deberían estar motivados para desarrollar su capacidad intelectual y extrapolar los procesos cognitivos resultantes a otras situaciones.
La complejidad ambiental se debe a muchos motivos, pero según Johnson uno de los motivos principales es la aparición de los medios de masas, de acceso universal y barato, y también de densidad narrativa y complejidad psicoemocional crecientes: los videojuegos, la televisión, Internet, el cine y otras formas de entretenimiento interactivo que te obligan a tomar decisiones en todo momento.
Aunque suena tentador impugnar esta aseveración, por ejemplo aduciendo que una causa importante de este aumento de complejidad puede deberse a los entornos urbanos, más densos que los entornos rurales, lo cierto es que el argumento de Johnson tiene mucho sostén: La mayor parte del mundo industrializado sufrió esta migración antes de la Segunda Guerra Mundial, y la principal migración del periodo de la posguerra se produjo de las ciudades hacia su extrarradio.
Por supuesto, la conexión entre el efecto Flynn y los medios de comunicación de masas es sólo una hipótesis. Pero existen tantas concordancias que la apoyan, como bien enumera Johnson en sus páginas, que pocas son las alternativas para explicar un fenómeno evidente: que el coco cada vez nos funciona mejor para afrontar determinada clase de desafíos intelectuales.
De nuevo, Johson remata:
El efecto Flynn es más pronunciado en los tests que evalúan lo que los psicométricos llaman g, el índice que da la medida más aproximada de lo que se denomina “inteligencia fluida”. Los tests que miden el índice g a menudo prescinden de palabras y números que son reemplazados por preguntas que sólo se valen de imágenes y que evalúan la habilidad del sujeto para reconocer patrones y completar secuencias de formas y objetos. (…) Si observas los tests de inteligencia que evalúan aptitudes influenciadas por el currículum escolar (el test de vocabulario de Wechsler o los tests de aritmética, por ejemplo), pierdes de vista el incremento espectacular del nivel de inteligencia; los resultados de los exámenes de selectividad han fluctuado de manera errática a lo largo de las últimas décadas. Pero si te fijas exclusivamente en la resolución de problemas no mediatizados por el currículum escolar y en la capacidad para reconocer patrones, la tendencia vuelve a hacerse visible.
Vía | Everything Bad Is Good for You, de Steven Johnson