Deberíamos dejar atrás el mantra de que el cuerpo es sabio y debemos comer lo que nos dicte y más bien mejorar las condiciones en las que comemos, porque en función de la exposición de la comida a la que estamos siendo sometidos podemos comer más o menos cantidad de calorías o tener más o menos hambre.
La esquiva sensación de hambre
El hambre y la saciedad no parecen señales fiables si al comer estamos distraídos haciendo otras cosas, como ver una película. Y no sólo comemos más si disponemos de raciones más grandes, sino también si disponemos de platos, copas u otros recipientes mayores.
En uno de los estudios más replicados sobre la saciedad entre los niños se formaron dos grupos de niños en edad preescolar, uno con niños de tres años y otro con niños de cinco. A todos ellos se le sirvieron macarrones con queso.
El grupo de niños de tres años comió básicamente la misma cantidad con independencia del tamaño de la ración servida, pero el grupo de los niños de cinco años no. De hecho, el grupo de los 'mayores' comió significativamente más si la ración de macarrones era grande.
Por eso tampoco debe resultarnos extraño que una sopa de pollo nos sacie más que una pechuga de pollo a la plancha. Pero ¿qué más contribuye a este poder saciante? Según la experta Bee Wilson, en su libro El primer bocado:
Puede que las propiedades saciantes de la sopa tengan que ver en parte (como en el caso de los batidos con aire) con su importante volumen. Hay pruebas de que de hecho obtenemos más saciedad a largo plazo de alimentos que son menos energéticos y la sopa cumple esa característica.
Imagen | Alberto..
Ver todos los comentarios en https://www.xatakaciencia.com
VER 0 Comentario