No hay nada más seductor que la idea de tomarse una pastilla para mejorar la eficiencia de nuestro cerebro. ¿Qué tenemos que enfrentarnos a un examen? Pastilla. ¿Qué queremos resolver un rompecabezas? Pastilla. ¿Qué nos disponemos a discutir con nuestra esposa sobre la conveniencia de que su madre venga a comer el domingo? Pastilla.
Pero ¿verdaderamente existen pastillas que sirven para ser más inteligentes? ¿Hay drogas inteligentes que detengan la pérdida de memoria y otros fenómenos inevitables del deterioro mental que acompaña a la edad avanzada?
Las llamadas smart pills, o píldoras inteligentes, llevan un buen tiempo de moda entre muchos universitarios y personas que persiguen revigorizar sus facultades cognitivas. En principio son fármacos que activan determinados aspectos de la actividad cerebral, o la oxigenación del cerebro, o la propagación de los neurotransmisores.
Entre los ingredientes de las “píldoras inteligentes” figuran sustancias como la fosfatidilserina, la acetil-L-carnitina, la pregnenolona, el ácido docosahexanoico, la fosfatidilcolina y la dimetilaminoetilamina. Algunos autores incluyen también los refrescos llamados energéticos que, enriquecidos con ciertos aminoácidos, podemos encontrar en el quiosco de cualquier gasolinera. La medicina no usa el término smart drugs, sino que prefiere hablar de nootrópicos (de “noos”, conocimiento, “que se orientan al conocimiento”). (…) De hecho, los nootrópicos clínicos están indicados para los pacientes con lesiones cerebrales que afectan a alguna de dichas facultades, como sucede en la enfermedad de Alzheimer o el mal de Korsakoff.
Sin embargo, ¿podemos deducir que lo que funciona para los impedidos del cerebro, a los sanos debe hacerlos inteligentísimos? La respuesta es desalentadora: no hay indicios de que sea así. Los únicos resultados observables se han debido al efecto placebo.
A la hora de analizar los efectos en las pautas del electroencefalograma tras la ingesta de nootrópicos, los individuos sanos presentaron alteraciones en las gráficas de las ondas cerebrales, sí… pero indicando somnolencia y atención disminuida.
Es más, en busca de una sobrealimentación mental a menudo se obtienen efectos colaterales perniciosos: como insomnio, náuseas, trastornos gastrointenstinales, dolores de cabeza, catarro nasal. Y no se saben aún los efectos a largo plazo del abuso de estas sustancias.
Vía | Falacias de la psicología de Rolf Degen