Una de las escenas más grotescamente divertidas de la película American Psycho es la que refleja la desesperación del protagonista por reservar una mesa en el restaurante más solicitado de la ciudad. Incluso, el día que llama para reservar para esa misma noche, al otro lado de la línea telefónica sólo se oyen carcajadas.
Sin llegar a esos extremos, a menudo nos preguntamos si en determinado bar o restaurante habrá mucha gente, si sería mejor acudir a una hora u otra, o quizá evitar los días festivos, ya sea para tomarnos una hamburguesa heavy metal en Chicago o un café excelso junto a un DeLorean.
A principios de la década de 1990, el economista Brian Arthur se propuso averiguar una solución satisfactoria a este dilema, al que bautizó como “el problema de El Farol”, por el nombre de un local de Santa Fe que a menudo se abarrotaba de gente las noches que ofrecía recitales de música irlandesa.
Arthur señaló que si El Farol tiene un lleno inferior al 60 %, todos los clientes lo pasan bien. Sin embargo, cuando el local se llenaba más allá del 60 %, entonces nadie lo pasaba bien. En consecuencia, los clientes sólo querían ir a El Farol las noches en que no se alcanzará ese 60 % de ocupación; en caso contrario se quedarían en casa. ¿Cómo escoger qué noche de viernes ir?
Algunos clientes supondrán que, en base al número de clientes que asistió un viernes, el viernes siguiente se repetiría la misma ocupación. Otros se enterarían de cuánto se llena los distintos viernes mediante diversas fuentes de información. Otros establecerían promedios. Otros creerán que si la semana anterior estuvo muy vacío, ésta semana podría llenarse. Y así se desarrollarán toda clase de estrategias.
En base a todas estas presuposiciones, Arhtur simuló informáticamente la asistencia a El Farol durante un período de cien semanas. Habida cuenta de las diferentes estrategias de los clientes, en el ordenador se produjeron grandes fluctuaciones de la asistencia entre unas semanas y otras, tal y como explica James Surowiecki en Cien mejor que uno:
Estas fluctuaciones no eran regulares, sino aleatorias, siendo imposible distinguir ninguna pauta. A veces, e bar se llenaba más del 60 por ciento tres o cuatro semanas seguidas; otras veces no llegaba al 60 por ciento en cuatro de cada cinco semanas. El resultado fue que no existía ninguna estrategia que un cliente pudiera seguir con la seguridad de estar tomando la decisión adecuada. Cualquier estrategia funcionaba durante un rato y luego se hacía preciso descartarla. (…) Lo más notable del experimento fue que, consideradas en conjunto las cien semanas, la ocupación media del local resultó ser exactamente del 60 por ciento, que era precisamente lo que deseaba el grupo colectivamente (que el bar se llene exactamente al 60 por ciento significa que contiene el máximo número de clientes posibles para que ninguno de ellos deje de pasarlo bien).
Años más tarde, los ingenieros Ann M. Bell y William A. Sethares enfocaron este experimento de un modo más simple: lejos de estrategias muy elaboradas, lo que propusieron es que la gente asistía o no a El Farol en base a si la última vez que estuvieron lo habían pasado bien (o sea, no estaba lleno) o no. Mediante este sistema, sin embargo, la asistencia de El Farol se estabilizaba en algo menos del 60 %. Es decir, casi lo mimo que con la anterior estrategia.
Al hacer caso únicamente de su propia experiencia, sin preocuparse por lo que hiciesen los demás, la clientela dio con una solución colectivamente inteligente, lo cual sugiere que el criterio independiente mantiene su valor incluso cuando se trata de problemas de coordinación.
El problema de esta segunda solución es que más de la mitad de la gente que iba a El Farol casi todas las semanas y disfrutaba, ya que casi nunca se llenaba demasiado; pero una fracción considerable del grupo no iba casi nunca, y por lo general no lo pasaban bien cuando iban. Así que, desde un punto de vista utilitarista (y suponiendo que cada cliente obtiene la misma satisfacción por ir al bar cualquier viernes), entonces la primera opción parece producir una mejor coordinación; es decir, tener en cuenta mucho más a los demás.
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