Según Gary Marcus, si hiciéramos una radiografía a una creencia, veríamos que ésta se compone de tres elementos fundamentales:
-La capacidad de memoria (una creencia carecería de valor si llegara y se fuera sin quedar arraigada a largo plazo en la mente).
-La capacidad de inferencia (extrayendo datos nuevos de otros antiguos, como os expliqué en la anterior entrega de este artículo).
-La capacidad de percepción.
Voy a hacer hincapié en este tercer elemento. ¿Capacidad de percepción? ¿Qué tiene que ver percepción y creencia? Muchas creencias, seguramente las más nocivas, no se basan en la vista, ni en el oído, ni tampoco en el resto de sentidos. Podríamos decir que se basan en la percepción de segunda mano, es decir, en lo que alguien o algo nos cuenta.
Precisamente, adquirir creencias por mediación de otros, sin la experiencia directa, es la clave que nos permite construir culturas y tecnologías complejas. Si no fuera así, todos, individualmente, deberíamos aprenderlo todo a base de ensayo y error, y no tendríamos tiempo para aprender tanto como aprendemos.
Así pues, la clave a la ahora de adquirir creencias racionales (aparte de que sean fácilmente erradicadas si se descubren como falsas) es hacerlo a través de un medio confiable que, de algún modo, podamos contrastar con otros medios. ¿Dónde he leído esto? ¿Sólo lo pone en un libro o en varios? ¿Qué personas lo refrendan? ¿Qué pruebas puedo adquirir por mí mismo? ¿Quiénes son sus detractores y sus razones? Etcétera.
Sin embargo, nuestro sentido crítico deja mucho que desear, y pocas veces solemos hacer caso de todas estas prevenciones (a no ser que hayamos entrenado nuestra mente al respecto, con lo cual ostentaremos un poco más de sentido crítico). Si estamos así diseñados se debe precisamente a cómo evolucionó nuestro mecanismo de la percepción.
Cuando vemos algo, por lo general, podemos darlo por bueno sin temor a equivocarnos. El ciclo de formación de una creencia funciona de la misma manera: recabamos cierta información, directamente, a través de los sentidos, o quizá más a menudo a través del lenguaje y la comunicación por vía indirecta. De una manera u otra, tendremos a creerlo en el acto, y sólo después nos planteamos su veracidad, si es que llegamos a hacerlo.
Esta tendencia puede tener consecuencias nefastas incluso en actividades mundanas, como el decidir si una persona posee material de pornografía infantil, por ejemplo, como se pone de manifiesto en el caso del primer candidato a la presidencia del Partido Demócrata de New Hampshire.
Aunque el que le acusó, el congresista republicano del mismo estado, no aportó ninguna prueba, el acusado no tuvo más remedio que retirarse y, en esencia, su carrera política quedó arruinada. Al final, tras una investigación de dos meses, no se halló prueba alguna, pero el daño ya estaba hecho. Puede que nuestro sistema jurídico se base en el principio de “todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario”, pero nuestra mente no.
Vía | Kluge de Gary Marcus