Uno de los errores más frecuentes a la hora de valorar un objeto es confundir los términos “valor” y “coste”. A veces ambos conceptos están asociados, pero no siempre es así.
Por ejemplo, si servimos una copa de vino barato a precio caro a un grupo de catadores a ciegas, y se les informa previamente del precio desorbitado del vino, entonces valorarán más positivamente el buqué.
Por lo general, los precios de las cosas modelan el comportamiento humano, y a su vez el comportamiento humano modela los precios, como el pez que se muerde la cola. A veces de una forma tan precisa que hasta dio a un economista de la Universidad de Los Ángeles, hace ya un par de décadas, la posibilidad de escribir un estudio titulado “El zumo de naranja y el clima.”
Lo que sugería el estudio es que los precios futuros del concentrado de zumo de naranja predecían mejor el clima de Florida que el Servicio de Meteorología Nacional. Tal y como lo explica Eduardo Porter en su libro Todo tiene un precio:
Los precios del concentrado incorporaban lo que los inversores sabían de las perspectivas de la cosecha de naranjas. Si poseían datos fiables de que el tiempo sería favorable, apostaban por precios bajos. Si en cambio parecía que estaba a punto de llegar una ola de frío, apostaban a que los precios del concentrado aumentarían. Extraídos de numerosas decisiones de los inversores, los precios amalgamaban el saber colectivo mundial acerca del clima de Florida.
Una historia semejante a ésta, basado en el big data, la podéis leer aquí: Cuando se acerca un huracán, a la gente le da por comprar determinado producto del supermercado (aunque no sabemos la causa).
Burbujas
Cuando compramos un objeto a un precio competitivo (por ejemplo, después de mucho buscar en catálogos localizamos una cafetera más barata de lo habitual), estamos favoreciendo la economía de todos. Primero porque nos sobra más dinero para comprar otras cosas, y segundo porque premiamos a la empresa que fabrica buenos productos por menos dinero (en caso de que el producto salga rana, probablemente tacharemos la marca de nuestra lista).
Ello también propicia que tales empresas tengan más beneficios, y ese dinero pueda servir presuntamente para contratar a trabajadores mejor cualificados, a los que ofrecerá salarios aún mayores, lo que a su vez incentivará que la gente decida invertir dinero, tiempo y esfuerzo en incrementar su cualificación.
Pero toda esta dinámica queda interrumpida frente a un fenómeno completamente irracional: las burbujas financieras. Una burbuja se expande cuando los precios relativos de las cosas no son los adecuados. Cuando los precios se equivocan, las decisiones se distorsionan.
Las burbujas han sido una constante en la historia de la economía, desde la extravagante burbuja de los tulipanes holandeses, también llamada Tulipomanía, que se produjo en los Países Bajos en el siglo XVII (un bulbo de tulipán llegó a ser vendido por el precio equivalente de 24 toneladas de trigo), hasta la burbuja de las punto com. Sin olvidarnos de la actual burbuja inmobiliaria:
Y todo esto no fue un drama exclusivamente de Estados Unidos. Entre 2000 y 2007 los precios de las casas subieron alrededor de un 90 por ciento en Inglaterra y en España. A finales de 2009 los precios de la vivienda habían caído un 16 por ciento desde su precio máximo en Inglaterra y en España un 13 por ciento.
Imágenes | Ellen Levy Finch (Elf)
Ver todos los comentarios en https://www.xatakaciencia.com
VER 1 Comentario