Recuerdo la que posiblemente fue mi primera experiencia empática profunda (aunque puede que el transcurso del tiempo haya distorsionado el recuerdo). Debería tener tres o cuatro años de edad. Jugaba en el comedor con un barco pirata que mis padres me habían regalado hacía poco. Estaba solo: mi madre estaba en la cocina. Y entonces, de pura torpeza, rompí un mástil del barco.
De repente no pensé en que había roto mi juguete, ni siquiera pensé en mi torpeza. En lo único que pensé, y que me sumió en una tristeza abisal, fue en el hecho de que mis padres me habían reglado ese juguete a pesar de que en casa planeaba la idea de que no había demasiado dinero. Sentí el dolor que mis padre podrían sentir en cuanto advirtieran mi estropicio. Me puse a llorar desconsoladamente.
La empatía es la capacidad de ponerse en la piel del otro. El término deriva de la palabra alemana Einfühlung, acuñada por Robert Vischer en 1872 y empleada en estética alemana: se refiere a cómo proyecta el observador su sensibilidad en un objeto de adoración o contemplación.
El filósofo e historiador Wilhelm Dilthey tomó ese término de la estética para aplicarlo a describir el proceso mental de entrar en otra persona, mediante una suerte de telepatía, para acabar sabiendo cómo siente y cómo piensa. En 1909, el psicólogo estadounidense E. B. Titchener tradujo Einfühlung a una nueva palabra inglesa, empathy.
El origen biológico de la empatía son las neuronas espejo, descubiertas a principios de la década de 1990 por un grupo de científicos dirigido por Giacomo Rizzolatti, aunque no llegaron a comprender plenamente el hallazgo hasta varios años más tarde.Es decir, que nacemos con la capacidad de empatizar de serie. De hecho, algunas teorías apuntan a que nuestra inteligencia creció tan vertiginosamente debido precisamente a esta capacidad: al poder adivinar cómo se siente el otro (y en consecuencia sus intenciones), eso obligaba al otro a emplear sutilezas y otras estrategias para que no se descubrieran sus posibles intenciones aviesas.
A su vez, el primero debía tratar de descubrir el teatro, y el teatrero debía enmascarar mejor su actuación. Así sucesivamente. En un continuo juego de inteligencia maquiavélica entre la capacidad de ver en la otra persona, sentir lo que ella siente, sospechar que quizá no siente lo que creemos que siente, etc.
La empatía es una cualidad propiamente humana (aunque no hace mucho que los biólogos han comenzado a descubrir manifestaciones conductuales primitivas de la empatía en muchos mamíferos).
¿A qué edad se desarrolla?
La empatía está tan integrada en el cableado de nuestro cerebro que nace desde el primer o segundo día: los bebés de apenas 24 horas ya pueden reconocer el llanto de otros bebés y ponerse a llorar, una respuesta que se conoce como ansiedad empática rudimentaria, tal y como se señala en Empathic Distress in Newborns, de Sagi y Hoffman (1976).
Con todo, la verdadera extensión empática aparece entre los 18 y 24 meses de edad, cuando el niño empieza a desarrollar una sensación de sí mismo y de los demás. Tal y como señala Jeremy Rifkin en su libro La civilización empática:
En otras palabras, el niño no puede sentir la condición de los demás como si fuera suya y responder de la manera adecuada hasta que es capaz de entender que los demás existen como seres separados de él. Como señalan varios estudios, los niños de 2 años de edad suelen conmoverse cuando ven sufrir a otro niño y se acercan a él para darle un juguete, abrazarlo o llevarlo a su madre para que lo consuele. La medida en que la conciencia empática se desarrolla, se amplía y se hace más profunda en la infancia, la adolescencia y la edad adulta depende de la experiencia inicial con los padres (lo que los psicólogos llaman apego) así como de los valores y la visión del mundo de la cultura en la que crecemos y de los posibles contactos que establecemos con otros.
Foto | ybiberman via Compfight cc Foto | Sara Heinrichs (awfulsara) via Compfight cc
Ver todos los comentarios en https://www.xatakaciencia.com
VER 5 Comentarios