Microsociedades purificadas e inmunes al entorno excluido artificialmente. Así podrían definirse sociológicamente muchas religiones. Porque la actitud de determinadas sectas religiosas fundamentalistas no distan mucho de estos planteamientos de control social.
Además, las prohibiciones y controles, cuanto más expeditivos son, más parecen favorecer la cohesión de estos grupúsculos, como sugiere Richard Sosis, del Departamento de Antropología de la Universidad de Connecticut. Sosis estudió los cultos utópicos norteamericanos y advirtió que, cuantas más prohibiciones impusiera el culto, más duraba.
Por ejemplo, si sólo se restringían las palabrotas, no llegaban a diez años. Si se restringía también el alcohol, duraban veinte. Si se prohibía también comer carne y tener pareja, duraban un siglo. O dicho de otro modo: el primer síntoma de que un culto empieza su decadencia es que empiece a transigir en sus normas y se adapte paulatinamente a los tiempos modernos.
La teoría de la señalización costosa sugiere que este tipo de rituales pueden actuar como señales públicas y difíciles de impostar de que el compromiso individual con el grupo es sincero.
Cultos laicos
Estas dinámicas psicológicas no solo tienen lugar entre cultos religiosos, sino también laicos, como nacionalistas, políticos, deportivos y otros. Un contexto similar lo podemos encontrar en Corea del Norte, que irónicamente nació en la misma época en la que se publicó 1984, de George Orwell. Un mundo profiláctico controlado por el dictador Kim Il-sung, tal y como lo describe el escritor británico Christopher Hitchens en su estudio sobre las religiones Dios no es bueno:
Allí, contenida en un cuadrilátero de territorio hermético cercado por el mar o por unas fronteras casi impenetrables, hay una tierra absolutamente entregada a la adulación. Todos y cada uno de los instantes conscientes del ciudadano (el súbdito) están consagrados a ensalzar al Ser Supremo y a su Padre. En todas las escuelas resuena eso mismo; todas las películas, óperas y obras teatrales están dedicadas a ello; todos los programas de radio y emisiones televisivas se han rendido a ello. También sucede eso con los libros, las revistas y los artículos periodísticos, en todos los acontecimientos deportivos y en todos los centros de trabajo.
Allí existe una biblioteca en la que han sido expurgados toda clase de libros que puedan hacer pensar a sus habitantes o que amenacen sus esquemas de vida. Por si este control bibliográfico no fuera su suficiente, la mayoría del fondo de la biblioteca sólo pertenece a un mismo autor: el líder Kim Jon Il. Pero Kim Jon Il no ha escrito un solo libro con el que aburrir a su pueblo, sino nada menos que 18.000. Más de 18.000 libros escritos por su propio puño y letra. Esto supone que ha debido escribir un libro por día durante 49 años. Los miembros del régimen, totalmente lobotomizados, carentes del más mínimo sentido crítico, consideran factible esta hazaña por un simple hecho: que su líder es una persona muy inteligente.
Con todo, tal vez el aislamiento social más sorprendente del que tenemos constancia histórica sea el de la isla de Tasmania (aunque ya no quede rastro de él), tal y como apunta Richard Dawkins en El cuento del antepasado:
El último tasmanio de pura raza, una mujer llamada Truganinni, murió en 1876, poco después de su amigo King Billy, cuyo escroto terminó convertido en tabaquera (un precedente de las tulipas de las lámparas nazis). Los aborígenes tasmanos se aislaron del mundo hace 13.000 años cuando a causa del aumento del nivel del mar, los puentes terrestres entre la isla y Australia quedaron inundados, y los primeros extranjeros que vieron después de todo ese tiempo fueron los mismos que, en el siglo XIX, los aplastaron y exterminaron.
Si estas agrupaciones nos parecen remotas y marginales, entonces podemos fijarnos en grupos que viven más cerca de nosotros, en sociedades avanzadas, que sin embargo consiguen organizarse en esferas refractarias al entorno. El filósofo Sam Harris, en su polémico libro El fin de la fe, se refiere al caso de la cultura árabe, que a su juicio está estancada intelectual y económicamente a pesar de su papel histórico en el progreso humano. «En el año 2002, el PIB combinado de todos los países árabes no igualaba el de España. Y, lo que es más preocupante, España traduce al español cada año tantos libros como el mundo árabe ha traducido al árabe desde el siglo IX.»
Estar armado con las herramientas adecuadas permite tunear, mejorar y hasta corregir los supuestos defectos de los individuos que rinden culto. Como si usáramos una suerte de autocorrector del Whatsapp. Con las herramientas adecuadas se controlar o prohibir, de hecho, una gran parte de las cosas que considera imprescindibles un hombre de dos mil años de edad en la novela de ciencia ficción Tiempo de amar, de Robert Heinlein:
Un ser humano debería ser capaz de cambiar un pañal, planear una inversión, matar un cerdo, pilotar un barco, proyectar un edificio, escribir un soneto, hacer cuadrar las cuentas, construir un muro, volver a colocar un hueso en su sitio, consolar a los agonizantes, cumplir órdenes, dar órdenes, cooperar, actuar en solitario, resolver ecuaciones, analizar un nuevo problema, trajinar estiércol, programar un ordenador, preparar una comida sabrosa, combatir con eficacia y morir con valor.
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