Que las mujeres tienen un sexto sentido es vox populi. El sexto sentido femenino es una construcción popular tan poderosa que ya no se cuestiona. Las mujeres no son como el niño que en ocasiones veía fantasmas sino algo así como criaturas esencialmente empáticas, telépatas, expertas en gestualidad, escrutadoras de los estados emocionales y demás.
Pero ¿qué dice la investigación empírica al respecto? ¿Existe el sexto sentido femenino? ¿Y la intuición femenina? ¿También hay sexto sentido masculino?
El principal problema es que muchos estudios acerca de la empatía de la mujer se basan en cuestionarios realizados a las propias mujeres. Es decir, que las mujeres autoevalúan su propio sexto sentido, lo cual es como decir que se intenta demostrar la existencia de los duendes en base a cuánta gente cree que existen.
Como ya ha apuntado el filósofo Neil Levy, las afirmaciones que contienen esta clase de cuestionarios “evalúan a menudo el género de una persona al preguntarle si está interesada en actividades que suelen estar más asociadas con los hombres o las mujeres (coches, electricidad, ordenadores u otras máquinas, deportes y el mercado de valores por un lado, y, por otro, amistad y relaciones.”
También hay otra clase de estudios que evalúan la capacidad femenina para interpretar pensamientos y sentimientos de los demás, como el test de lectura mental de la mirada o del Perfil de la Sensibilidad No Verbal (PSNV). El problema de estas pruebas es que no son nada realistas: los participantes contemplan escenas breves de dos segundos en la que sólo se ven algunas partes del cuerpo y las manos, o solo la cara. Las interacciones reales, sin embargo, conllevan un flujo de información mucho más rica y cambiante por parte de los demás.
En 1990, William Ickes desarrolló un test de empatía mucho más riguroso. En pocas palabras, se reúne a un hombre y una mujer en una sala de diapositivas pero la máquina se estropea y el experimentador debe salir de la sala. Aunque ellos no lo saben, el experimento ya ha empezado y les están monitorizando las reacciones. Cuando el experimentador regresa, les pasan el vídeo de sus interacciones y los sujetos deben detener la cinta cada vez que recuerden haber tenido un pensamiento o un sentimiento y deben tomar nota de ello.
Luego, en la última parte del experimento, cada persona ve la cinta de nuevo, pero esta vez la paran cada vez que el compañero manifiesta un pensamiento o un sentimiento y lo califican de positivo, negativo o neutro. La tarea consiste en inferir cuál era. Luego se termina comparándolo con lo que el compañero manifiesta haber pensado o sentido en cada momento.
En este test mucho más realista y natural no se encontraron diferencias entre hombres y mujeres, tal y como refiere el propio Ickes en su libro Mind Reading (Lectura Mental):
¿Dónde estaba la ventaja empática que normalmente denominamos “intuición femenina”? No se encontró en las interacciones de extraños del sexo opuesto, ni en las interacciones de cintas de parejas heterosexuales, ni tampoco en las interacciones de parejas recién casadas o casadas hace tiempo. Tampoco resultó evidente en las comparaciones de parejas femenina-femenina con masculina-masculina, no en los grupos femeninos con los masculinos. Tampoco quedó demostrada en Texas, ni en Carolina del Norte, ni en Nueva Zelanda. ¿Acaso era un mito cultural?
Pero en una variación de este experimento sí que despuntaron las mujeres. Fue cuando se pidió que refirieran cuán rigurosos creían ser a la hora de interpretar cada pensamiento o sentimiento. Ickes sostiene que esto ocurría porque entonces se les estaba recordando a las mujeres que “debían” ser empáticas, lo cual incrementaba su motivación por el ejercicio. Es decir, que basta recordar a una mujer su condición de telépata con un sexto sentido para que ésta supere al hombre.
¿Pasaría lo mismo si se intentara motivar al hombre? La respuesta es que sí. Kristi Klein y Sara Hodges realizaron un test de empatía en el que los participantes visionaban un vídeo de una mujer hablando de su fracaso a la hora de obtener la puntuación exigida en un examen para entrar en una universidad donde quería estudiar. Las mujeres obtuvieron una puntuación mayor cuando se resaltaba la naturaleza femenina del test, pero la cosa cambió cuando se ofreció dinero por hacer bien el test. Este incentivo incrementó el rendimiento masculino, tal y como refieren los resultados publicados en Personality and Social Psychology Bulletin.
Otra manera de aumentar la puntuación masculina es creando un escenario donde la capacidad empática tenga un gran valor social, tal y como hicieron un grupo de psicólogos de la Universidad de Cardiff liderados por G. Thomas y G. R. Mayo. En el experimento, se presentó a un grupo de hombres universitarios un artículo titulado “Lo que desean las mujeres”.
El texto, repleto de referencias falsas, explicaba que, al contrario de lo que normalmente se cree, “los hombres no tradicionales que están en más contacto con el aspecto femenino”, suele ser considerados más sexuales e interesantes y, por supuesto, tienen más oportunidades de salir de un bar o de un club en compañía de una mujer. Los hombres que leyeron el texto puntuaron mejor en el test riguroso de empatía que los del grupo de control (los cuales realizaron la prueba sin que se les mencionase nada relativo a los gustos femeninos), o el grupo al que se le dijo que el experimento pretendía investigar su alegada inferioridad intuitiva.
Lo que parecen sugerir estos y otros estudios, como los realizados también con idénticos resultados en el Test de Percepción Interpersonal (IPT), es que no podemos separar la capacidad y motivación empática de la situación social. Y lo de que las mujeres tienen un sexto sentido no solo parece un mito cultural sino un hecho que aflora debido a un estereotipo de género.
En un universo culturalmente paralelo, pues, quizá los hombres serían los que poseerían un sexto sentido. O la idea de que las mujeres poseen una intuición ligada a su sexo no sería tan popular.
Vía | Cuestión de sexos de Cordelia Fine