La mayoría de movimientos juveniles/ideológicos, además de presentar un código indumentario inflexible y característico, también han venido acompañados de su correspondiente código musical: la generación beat escuchaba jazz, los hippies, folk y rock de los ´60. Los “emos” y los góticos escuchan música oscura. Etcétera.
Sin embargo, la música no dice tanto de nosotros como creemos. Porque la música en realidad sólo sirve para que se identifique nuestra postura, pero no necesariamente deberemos actuar conforme a la misma.
Por ejemplo, a pesar de las pintas de sus seguidores y la brutalidad de heavy metal como género musical, la mayoría de aficionados son personas dóciles, introvertidas y pacíficas, tal y como sugiere un estudio liderado por Adrian North, de la Universidad británica de Heriot-Watt, cuya encuesta online fue cumplimentada por 36.000 internautas de todo el mundo.
Lo explica así Christopher Drösser en su libro La seducción de la música:
Los encuestados manifestaron sus preferencias respecto a 104 estilos musicales (de la música clásica al soul o el Hollywood) que en teoría eran el reflejo de sus rasgos de personalidad. Esos rasgos eran, por ejemplo: autoestima baja o alta, y carácter creativo/no creativo, introvertido/extrovertido, dulce/agresivo, trabajador u holgazán.
Estemos o no de acuerdo con este estudio, lo cierto es que asociar estilo musical con personalidad contradice el sentido común. Sería como afirmar que si un hombre conduce un coche caro es necesariamente rico: podría estar fingiendo serlo. De hecho, esa dinámica es la que se establece en casi todas las formas de consumo conspicuo, superfluo.
Según la encuesta de North, por tanto, podemos decir que los aficionados al heavy metal se parecen muchísimo a los aficionados a la música clásica (aunque éstos últimos tienen un poco más confianza en sí mismos). Es decir, que a pesar de que musicalmente se distancien tanto, y ya no digamos en vestimenta y otros perendengues, los clásicos y lo melenudos podrían catalogarse en el mismo perfil psicológico.
Otro estudio de la Universidad australiana de Queensland, liderado por Felicity Baker y William Bor, confirman esta idea, descartando que la música sea un factor causal del comportamiento antisocial, por ejemplo. Más bien sugieren que el gusto musical es un indicador de vulnerabilidad emocional.
Por tanto, primero existe el estado psíquico y a partir de ahí cada persona busca una música que encaje con él. Y como ya hemos comentado, el hecho de que una música tenga una sonoridad depresiva a oídos de un espectador no significa que sea capaz de hundirlo en una depresión más profunda aún, sino que, bien al contrario, puede ayudarlo a superarla. La mayoría de las personas, cuando acaba esa etapa determinante entre los 15 y los 25, permanecen fieles a los gustos musicales que han desarrollado durante esos años. Ocurre también en otras facetas de la vida, cuando por ejemplo vemos que los hippies ya entrados en años continúan llevando pelo largo aunque se estén quedando calvos. ¿Por qué no? Las expectativas cumplidas satisfacen el deseo de nuestro cerebro de que las cosas sean predecibles.