Tres economías dirigen el mundo. Son las ¥€$, las siglas del yen, el euro y el dólar. El dinero, además, es capaz de crear mundos fantásticos, sobre todo si abunda, como es el caso de la pequeña ciudad estadounidense de Tightwad (Tacaño), donde irónicamente nadie (según el censo de 2006) vive por debajo del umbral de la pobreza. La mayoría de sus habitantes, por supuesto, guardan sus fortunas en el Banco Tacaño (Tightwad Bank).
De las 100 principales economías del mundo, 51 son multinacionales y sólo 49 son países. La cadena de supermercados estadounidense Wal-Mart tiene presupuestos superiores al producto interior bruto de la mayoría de los países.
El dinero se cuela por todas las grietas de la tierra, y por muy remoto y árido que pueda ser el terreno, de las grietas, entonces, germinan lujosos rascacielos, centros comerciales o franquicias McDonald´s. Porque el dinero obra como el mejor fertilizante del mundo (y suele desprender el mismo aroma).
Sobre todo si hablamos de levantar franquicias McDonald´s. Incluso un analista político, Thomas Friedman (tres veces ganador del Premio Pulitzer), formuló en 1996 la Teoría de la guerra de McDonald´s, que postula que sólo los países con un nivel aceptable de desarrollo económico posee franquicias de esta cadena de restaurantes de comida rápida; por ello, dichos países nunca entrarán en conflicto bélico, para no poner en peligro el bienestar alcanzado.
Pero la teoría hizo aguas con la Guerra de Osetia del Sur en 2008 entre Rusia y Georgia, que sí tienen McDonald´s; y anteriormente también se había incumplido en 1999, con el bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia y la Guerra de Kargil entre India y Pakistán; en 1989 con la invasión de Panamá por parte de Estados Unidos; o desde 1973 con el conflicto entre Israel y Líbano.
Porque McDonald´s, como epítome de la pandemia económica americana, se propaga incluso en los países en guerra. Su ubicuidad mundial es tal que, si contempláramos un mapa por colores y los países en rojo fueran los países donde existen McDonald´s, entonces el mapamundi sería prácticamente una gran mancha de sirope de fresa, con unas pocas motas blancas en Europa (Albania, Armenia, Bosnia y Herzegovina y Ciudad del Vaticano), Oriente Próximo (Iraq, Iran, Libia, Siria) y Asia (Afganistán, Bután, Myanmar, Camboya, Laos, Maldivas, Mongolia, Nepal, Corea del Norte, Turkmenistán, Uzbequistán, Timor, Tayikistán y Vietnam).
También habría una gran mancha en África (46 de los 48 países africanos carecen de esta franquicia dispensadora de lípidos a granel) y otra en Groelandia, y otras manchitas en algunos países de Latinoamérica, como Cuba o Bolivia.
Por último, atisbaríamos motas blancas en algunas islas del Caribe y de Oceanías, como Vanuatu. Pero poco más. El resto del mundo prefiere comer hamburguesas. No en vano, las franquicias de McDonald´s, como los mejores virus, mutan y se adaptan a las culturas e idiosincrasias de las naciones más reacias a la gastronomía yanqui a fin de contaminar subrepticiamente (vía estomacal) a sus habitantes.
En San Bernardino, Estados Unidos, los hermanos McDonald habían empezado a cocinar sus primeras hamburguesas típicamente americanas con ketchup y patatas fritas. Esto ocurrió en los años 1940. Ahora, medio siglo después, su imperio de triglicéridos abarca variedades como las hamburguesas acompañadas de arroz (en vez de las consabidas patatas fritas), tal y como las sirven en Indonesia, cuyos habitantes no entienden la comida sin el aditamento del arroz.
En Portugal ocurre lo mismo pero con la sopa, así que también sirven hamburguesas acompañadas de sopa. Para los indios (o los culturalmente afines), el Big Mac se convierte en Maharajá Mac, de cordero o de pollo, jamás de ternera o de cerdo. Aguacate para todos los bocadillos, como sucede en Chile. En las franquicias israelitas disponen del McShawarma y el McKebab. En Brasil, de la McCalabresa, una empanada de salchicha con vinagreta. En Canadá, de la McLobster, a base de langosta. Y en Japón tienen la Teriyaki McBurguer, de cerdo, con lechuga, mayonesa y salsa teriyaki, y la Ebi Filet-O, una hamburguesa de gambas.
A ojos de Jordi Costa en su libro de artículos ¡Vida Mostrenca!, esta despersonalización culinaria tiene un alcance casi filosófico de consecuencias funestas:
Vayamos donde vayamos, encontraremos la misma caspa universal (la hamburguesa, probable metáfora de nuestra estulticia inalterable a los cambios climáticos), quizás aderezada por alguna variable (el pan, la salsa: o sea, el folklore o, lo que es lo mismo, el souvenir plastificado).