La educación es la única manera que tiene el ser humano de superar sus propias limitaciones culturales, psicológicas y hasta biológicas. Así pues, tal vez dos de las cuestiones más espinosas para el avance de la civilización sean: ¿qué es la educación? y ¿dónde o de quién podemos recibir esa educación?
Sobre lo que es la educación no voy a pronunciarme. Ya lo hice en su momento. Pero puedo sintetizarlo así: la educación debe fomentar el pensamiento crítico o no es educación, sino amaestramiento y acumulación de datos arbitrarios.
Con ligeras fluctuaciones, en general se considera que el lugar más adecuado para obtener educación es el colegio; y quienes están mejor equipados para suministrarla son los profesores.
Sin embargo, basta echar un vistazo a nuestro sistema educativo para constatar que, entonces, tenemos un problema acuciante entre manos. El sistema educativo actual, además de no hacer suficiente hincapié en el escepticismo y el pensamiento crítico, está lastrado por ideas de la pedagogía decimonónica, sobre todo por su afición por la memorización.
Sin embargo, los estudiantes (y qué diablos, la mayoría de adultos que pueblan el mundo) se muestran incapaces de comprender en profundidad los conceptos y, ante todo, las relaciones de los temas que han estudiado. Ya no digamos que apenas son capaces de aplicar sus conocimientos en problemas del mundo real.
Sobre este problema, todavía más grave en la actual era de Google, se ha pronunciado con mucho tino la destacada psicóloga de la educación Deanna Kuhn en su libro Education for Thinking. ¿De qué sirve aprender los nombres de los autores de un par de centenares de libros que se consideran, por motivos generalmente azarosos, obras maestras de la literatura? ¿De qué sirve exigir en el examen académico la fecha exacta de nacimiento y muerte de determinado autor? ¿Ese dato es tan importante como para considerarlo eje central del proceso educativo?
También se ha pronunciado el psicólogo Gary Marcus al respecto:
En la era de la información, los niños no tienen ningún problema para “encontrar” información, pero sí lo tienen para “interpretarla”. El hecho (planteado anteriormente) de que tendemos a creer primero y a hacer preguntas después es muy peligroso en la era de Internet, en la que cualquiera, incluso gente sin la debida preparación, puede publicar cualquier cosa. Sin embargo, ciertos estudios revelan que los adolescentes con frecuencia aceptan como verdadero todo lo que leen en Internet.
Otros estudios han revelado hasta qué punto las páginas web ejercen influencia o no en la cabeza de una persona, derribando sus más elementales barreras escépticas, como os detallaré en la siguiente entrega de este artículo.
Vía | Kluge de Gary Marcus