Hay personas que mueren sin que exista una agresión física o un derramamiento de sangre, sin que haya venenos de por medio. Son personas que han sido víctimas del efecto Baskerville: cuando el miedo es tan intenso que sencillamente te mueres.
El nombre del fenómeno procede, como habréis imaginado, del relato que escribió Arthur Conan Doyle, El sabueso de los Baskerville. En él, un personaje sufre un ataque al corazón y fallece tras la visión de un perro demoníaco.
El efecto Baskerville fue bautizado así por el doctor David Phillips, un sociólogo de la Universidad de California, en San Diego. El efecto lo descubrió tras examinar más de 47 millones de certificados de defunción, encontrando en ellos un patrón muy llamativo: el cuarto día de cada mes moría mucha más gente.
Sin embargo, este pico de mortalidad del día 4 del calendario sólo se producía entre los estadounidenses que tenían antepasados japoneses y chinos. ¿Por qué sólo entre ellos? Porque el número 4 tiene connotaciones funestas en esta cultura. En mandarín, en cantonés y en japonés, las palabras que se usan para decir “cuatro” y “muerte” son casi idénticas, lo cual exacerba la superstición.
Tras realizar un sondeo en Estados Unidos, Phillips descubrió un 13 % más de fallecimientos relacionados con enfermedades cardiacas entre los estadounidenses de origen asiático en el cuarto día de lo que esperaba. En California, donde estas poblaciones están concentradas, descubrió un 27 % más de fallecimientos (…) De hecho, en los hospitales y en los hoteles del Extremo Oriente se evita utilizar el número 4, de igual manera que no se emplea el número 13 en algunas partes del mundo occidental.
El término técnico para designar la muerte por miedo o por estrés es muerte psicofisiológica. El doctor Martin Samuels de la Facultad de Medicina de Harvard, guarda celosamente un gran número de noticias extraídas del periódico en las que se han producido muertes psicofisiológicas: una mujer de 49 años y un niño de 4 que murieron en una atracción de Disneyworld, un seguidor de los Pittsburg Steelers de 50 años que cayó fulminado de un ataque al corazón segundos después de que su jugador favorito perdiera el balón cuando trataba de anotar en el último segundo del último cuarto, la muerte de Kenneth Lay, director ejecutivo de Enron, cuando esperaba la sentencia por sus delitos…
Según Samuels, todos llevamos una pequeña bomba en nuestro interior. Bajo el suficiente estrés, todos podemos morir.
El mismo proceso físico que puede asustarnos hasta la muerte tiene un fascinante reverso. También resulta que podemos emocionarnos hasta morir. El doctor Samuels señaló un titular del Boston Herald del 12 de noviembre de 1994: “Jugador de golf muere después de un golpe perfecto”. En el sexto hoyo del campo de golf de Sun Valley en Rehoboth, Massachussets, un hombre de 79 años llamado Emil Kijek hizo su primer hoyo en uno. En el siguiente hoyo, ese capataz jubilado se agarró al pecho, dijo “¡Oh, no!”, y se desplomó. En algunos casos extremos, la emoción también puede llegar a matar.
Vía | El club de los supervivientes de Ben Sherwood