No es la primera vez que os hablo de lo determinante que es la belleza de una persona para su éxito social, incluso a niveles aberrantes, como que porcentualmente hay más individuos feos en la cárcel que fuera de ella.
La belleza tiene tanto poder porque determina cómo nos tratará la gente, y según cómo nos trate la gente a lo largo de nuestra vida sin duda acabará moldeando en cierto grado cómo somos. Por ejemplo, las personas atractivas o altas y esbeltas atraen a más amigos de media, perciben salarios más elevados por el mismo trabajo y hasta reciben mejor asistencia sanitaria.
Bien lo saben incluso los bebés recién nacidos: los que son más monos reciben mejores atenciones de las comadronas y enfermeras que los más feos, y poco importa que lloren más o menos para llamar la atención.
Nuestra apariencia, también, afecta a cómo nos percibimos a nosotros mismos, y por tanto a cómo actuamos.
Para comprobar en tiempo real los poderosos efectos de la belleza, lo ideal sería realizar experimentos con grupos de personas que son muy feas y, poco después, muy bellas, y ver qué pasa. Eso no puede suceder porque, además de incurrir en un problema ético, no existe la tecnología suficiente para cambiar radicalmente el aspecto de alguien en pocos minutos. Aún.
Pero esta limitación no existe en un mundo virtual. Como Second Life. En este mundo de ceros y unos, cualquier persona puede entrar con su avatar, que adoptará la apariencia que queramos manipulando 150 parámetros que lo cambian todo, desde el color de los ojos hasta el número de pie que gastas.
Gracias a que la belleza puede ser tan cambiante en Second Life que podemos analizar cómo se alteran las interacciones sociales online de una forma totalmente nueva.
En un estudio se asignó a los voluntarios diversos avatares que iban desde corrientes hasta atractivos (y que no guardaban ninguna relación con el aspecto de los voluntarios en el mundo real). Los voluntarios se colocaron los cascos de realidad virtual y manipularon a sus avatares para que entraran en una habitación e interactuaran con otro avatar, controlado por un asistente de investigación que no podía ver los rostros virtuales de los avatares (y que por tanto interactuaba con todos de manera uniforme). Así, los investigadores fueron capaces de manipular astutamente los avatares para que los voluntarios pudieran verse de manera distinta a como los veían otros (en este caso el asistente de investigación). Eso es importante, porque si, por ejemplo, uno tiene un avatar atractivo que recibe un trato preferencial en el mundo virtual, quizá actúe con más confianza.
Los resultaron fueron sorprendentes. Los voluntarios con avatares atractivos mostraban un grado de confianza en sí mismos (manteniendo una distancia interpersonal menor o hablando más de ellos mismos), independientemente de su atractivo en la vida real. Este impacto de la percepción de nuestra apariencia sobre nuestro comportamiento fue bautizado como efecto Proteo, en honor al dios de la mitología griega que podría cambiar de aspecto a voluntad.
Pero el mundo virtual también puede tener implicaciones directas en el mundo real, como descubriremos en la próxima entrega de este artículo.
Vía | Conectados de Nicholas A. Christakis y James H. Fowler