En el artículo anterior os hablaba de un ataque masivo de risa contagiosa. Esta clase de contagios emocionales se llaman enfermedad psicogénica masiva, y se trata de un fenómeno específicamente social que afecta a personas sanas que entran en una especie de cascada de contagio psicológico.
Hay dos tipos fundamentales de EPM:
El tipo ansiedad pura: los afectados pueden sentir síntomas físicos, incluidos dolor abdominal, dolor de cabeza, desmayos, falta de aire, arcadas, etc.
El tipo motor: los afectados se pueden dejar llevar por un baile histérico, falsos ataques epilépticos y ataques de risa.
El primero caso documentado de EPM se remonta a 1374, cuando, poco después de la Peste Negra que asoló Europa, empezó a contagiarse la mía de bailar. La primera “manía” brotó en lo que hoy es la ciudad alemana de Aquisgrán. Tal y como afirmó en 1844 el historiador alemán J. F. C. Hecker, especialista en historia de la medicina, en su libro Las epidemias de la Edad Media, éstas afectaron a personas que:
unidas en su común delirio, montaban en público (tanto en calles como en las iglesias) el siguiente espectáculo: se cogían de la mano y formaban un círculo y, habiendo perdido en apariencia el control de sus sentidos y sin que les importase que las estuvieran mirando, se ponían a bailar durante horas llevadas por un frenesí salvaje hasta que caían al suelo exhaustas. Luego se quejaban de sentir un gran ahogo y gruñían como si estuvieran a las puertas de la muerte.
Como imaginaréis, en aquella época se creía que la causa de estos desórdenes era de origen demoníaco. Pero hoy sabemos que el fenómeno responde a una causa psicológica.
Para que no penséis que esta clase de fenómenos sólo se produjeron en el pasado o en lugares remotos, voy a referiros un caso reciente y muy próximo. Un domingo de febrero de 2008, una plataforma en el mar del Norte fue víctima de un exagerado caso de psicosis, más por sus consecuencias que por la psicosis en sí: la plataforma fue escenario de una de las operaciones de evacuación más aparatosas de los últimos tiempos, y toda ella fue alimentada exclusivamente por la histeria colectiva.
La Safe Scandinavia es una plataforma petrolífera construida en 1984 a una distancia de 130 millas de las costas escocesas de Aberdeen. Una de las empleadas, una mujer británica de 23 años, desató la alerta entre los huéspedes (539 en total) después de haber sufrido pesadillas acerca de un explosivo colocado en las instalaciones. La noticia fue de boca en boca, alimentándose paso a paso por la paranoia terrorista con la firma de Al Qaeda, hasta que se decidió dar la voz de alarma.
A las 9:20 horas, policías, guardacostas, miembros del Ejército del Aire y responsables del Ministerio de Defensa, mediante 14 helicópteros, 8 de ellos de la Royal Air Force apoyados por 2 aviones de reconocimiento, participaron en un desalojo masivo que tuvo un coste de un millón de euros. Y todo por una simple pesadilla.
La empleada que soñó con una bomba invisible, por supuesto, tendrá que comparecer frente al juez para explicar lo sucedido. El líder sindical Jake Molloy declaró: “Ha sido una completa locura por parte de todo el mundo, la compañía, la policía y la RAF. Nunca hubo razón alguna para evacuar la plataforma.”
Otro caso también reciente sucedió en la escuela de secundaria de Warren County, situada en un pueblo de Tennessee, el 12 de noviembre de 1998. Una profesora refirió haber olido a gasolina y que ello le producía dolores de cabeza, desaliento y mareos. Pronto esto se contagió a los alumnos. Un total de 100 personas acudieron al hospital ese día por esta razón. 38 de ellas fueron ingresadas. El instituto permaneció cerrado durante 4 días.
Se inspeccionaron conductos de aire, cañerías y desagües del instituto, se extrajeron muestras de los terrenos colindantes, se examinaron muestras de agua y de basura. Se analizó el aire con instrumentos sofisticados como tubos colorimétricos, detectores iónicos, detectores de fotoionización, medidores de radiación e indicadores de gas-combustible.
Todo negativo. Diagnóstico: epidemia de histeria. Por supuesto, los padecimientos de los pacientes eran reales, su ingreso estaba justificado… pero las causas eran sólo psicológicas, no reales. Así de poderoso es el contagio emocional de nuestros semejantes.
Vía | Conectados de Nicholas A. Christakis y James H. Fowler