Una manera muy eficaz de averiguar cómo funciona nuestro cerebro es estudiar el comportamiento de personas con lesiones cerebrales muy concretas. Para estudiar la manera en la que tomamos decisiones, pues, no hay nada mejor como fijarnos en pacientes con lesiones prefrontales ventromedianas.
La mayoría de nosotros cree que sus decisiones son tomadas de manera ponderada y reflexiva, hasta cierto punto con determinada lógica. Pero lo cierto es que la mayoría de nuestras decisiones son intuitivas e inconscientes… y lo mejor para nosotros es que sea así.
Si todas nuestras decisiones las tomáramos racionalmente, sencillamente no tomaríamos decisiones. El número de variables que calcularíamos sería tan enorme que probablemente nos pasaríamos todo el tiempo evaluándolas. Y la carencia de emociones eliminaría la motivación de tomar la decisión.
Por ejemplo, así es como respondió, según el neurofisiólogo Antonio Damasio, un paciente con lesión prefrontal ventromediana a la pregunta de cómo le había ido el trayecto en coche por las heladas carreteras, bajo la lluvia glacial:
Su respuesta fue rápida y desapasionada: había ido bien, no distinto de lo habitual, excepto que había exigido un poco de atención a los procedimientos adecuados para conducir sobre el hielo. A continuación el paciente siguió resaltando algunos de dichos procedimientos y describiendo que hasta había visto automóviles y camiones patinando y saliendo de la calzada porque no seguían esos procedimientos adecuados y racionales.
El paciente también relata con espeluznante tranquilidad y sosiego cómo vio a una mujer conductora que no había seguido esos procedimientos adecuados y racionales y que, por ello, había resbalado sobre una placa de hielo y se había estrellado. Y a continuación, el paciente narra cómo él siguió su camino cruzando precisamente sobre esa placa de hielo traicionera.
Hasta ahora, la lesión prefrontal ventromediana parece una gran ventaja. Aunque el paciente pudiera parecer un robot tipo C3PO, lo cierto es que su manera de pensar y actuar es eficaz. Sin embargo, conducirse por la vida de una manera tan fría y calculada, carente de emociones, también tiene sus inconvenientes, sobre todo a la hora de tomar decisiones para concretar la próxima cita:
Sugerí dos fechas alternativas, ambas del mes siguiente y separadas entre sí por unos pocos días. El paciente sacó su agenda y empezó a consultar el calendario. El comportamiento que siguió, que fue presenciado por varios investigadores, resultó notable. Durante media hora larga, el paciente enumeró razones a favor y en contra de cada una de las dos fechas: citas previas, proximidad a otras citas, posibles condiciones meteorológicas, prácticamente todo lo que uno pudiera imaginarse razonablemente en relación con una simple cita. De la misma manera calmada con la que había conducido sobre el hielo y había relatado después el episodio, nos estaba espetando ahora un aburrido análisis de coste/beneficio, un resumen inacabable y una comparación estéril de opciones y de posibles consecuencias.
La anestesia afectiva que sufría aquel paciente le producía una suerte de déficit motivacional, convirtiendo cualquier deliberación en un proceso inacabable. Sin emociones, sin el concurso de la parte más instintiva y primitiva de nuestro cerebro, sentimos abulia, y con ella se nos cae encima un inmenso árbol de decisiones subdividido en infinitas ramas en las que deberemos invertir demasiado tiempo examinando la más apropiada.