Como persona despistada que soy, leer esta clase de estudios me tranquiliza: ser despistado es más común de lo que parece, y ya no digamos si las cosas dependen de nuestra memoria, frágil y maleable hasta decir basta.
Cuando afronto la escritura de un artículo, en ocasiones me hago un lío con las fuentes: ¿dónde leí aquello, de dónde procede este fragmento? Pero diversos estudios sugieren que esta clase de confusiones son bastante corrientes entre los periodistas. Quién, qué, cuándo, dónde y por qué siempre son más fáciles de recordar que ¿cómo lo sé?
Los psicólogos cognitivos llaman a esta clase de recuerdos “memoria de la fuente”, y después de algunas de mis “cagadas” legendarias, os garantizo que ya no me olvidaré nunca del término.
Para reflejar que todos adolecemos en mayor o menor grado de esta clase de defecto, se realizó un experimento en el que se pedía a un grupo de personas que leyeran en voz alta una lista de nombres aleatorios (por ejemplo, Sebastian Weisdorf).
Trascurridas 24 horas, se pedía que hicieran lo mismo con una segunda lista de personajes y que identificaran cuáles eran famosos y cuáles no lo eran. Algunos nombres de la lista eran nombres de celebridades y otros eran inventados; pero algunos de los nombres inventados estaban extraídos de la primera lista, la mostrada 24 horas antes.
Si la gente tuviera buena memoria de la fuente, habría detectado el engaño. En cambio, la mayoría de los sujetos sabían que habían visto un nombre en concreto antes, pero no dónde. Al reconocer un nombre como Sebastian Weisdorf, sin recordar dónde lo habían visto, la gente confundió el apellido Weisdorf con el de una auténtica celebridad que sencillamente no acababa de situar.
La cosa se complica, sin embargo, cuando alguien ya no recuerda si escuchó determinado rumor político en un programa de noticias o en uno de humor satírico.
Vía | Kluge de Gary Marcus