Acostumbro a desdeñar con facilidad los símbolos y las tradiciones. Ni siquiera soy capaz de empatizar con las sentimientos que suscitan determinados cantos patrióticos, banderas de colores, cruces gamadas, cruces cristianas, colores de un equipo y demás. No empatizo ni con los sentimientos positivos ni con los negativos (cuando veo que una persona es capaz de matar a otra porque ha dibujado a su dios o cuando la justicia impone una pena a un ciudadano que ha quemado una bandera, sencillamente siento de una forma profunda e inequívoca que soy marciano).
Podéis leer más acerca de los símbolos y de lo que opino sobre ellos en el artículo Pitando, quemando, quejándose y pisando callos.
Pero bien, yo soy marciano, mi opinión no cuenta demasiado, lo que cuenta es lo que siente la mayor parte de la gente. Y la mayor parte de la gente sí que otorga una gran importancia a los símbolos. Hasta el punto de que influyen en el modo en que piensa y actúa.
Por ejemplo, una investigación del psicólogo de la Universidad de Nueva York Adam Alter sugiere que las personas que se consideran cristianas tienden a mostrar conductas más honestas cuando se les presenta la imagen de un crucifijo. Ello incluso sucede en los casos en que los participantes no recuerdan conscientemente haber visto dicho símbolo.
En la misma línea, una investigación del psicólogo Mark Baldwin, del Centro de Investigación en Dinámica de Grupos de la Universidad de Míchigan, realizada en 1989, sugería que el sentimiento de virtud de los cristiano disminuía tras exponérseles a la visualización subliminal de una imagen del papa Juan Pablo II. La razón es que dicha imagen les recordaba la imposibilidad de ceñirse a las elevadas exigencias de virtud que les exigía esa autoridad religiosa.
Si queremos estimular nuestra creatividad, nada como exponerse a un símbolo que represente el paradigma de la creatividad: el logotipo de la manzana mordida de Apple. Es lo que sugieren los experimentos de Gráinne M. Fitzsimons y otros, publicados en el año 2008 en el Journal of Consumer Research. Se abunda sobre ello en Este libro le hará más inteligente, editado por John Brockman:
La imaginación popular acostumbra a asociar con la creatividad estos dos elementos, tanto el icono característico de la marca Apple como la bombilla encendida, lo que unido a los experimentos nos permite afirmar que los símbolos que se hallan profundamente anclados en el imaginario social pueden configurar la forma en que pensamos. (…) Una lógica asociativa de carácter muy similar sugiere que las banderas nacionales suscitan en la gente un sentimiento de unidad y, de hecho, se ha constatado que los individuos de una muestra de población integrada tanto por israelíes de partidos de izquierdas como por compatriotas suyos militantes de formaciones de derechas se revelaron mejor dispuestos a contrastar sus distintos puntos de vista políticos tras verse expuestos a la observación subliminal de una imagen de la bandera de Israel.
Pero bueno, tal vez no sea tan marciano como creo. Si bien las banderas, los himnos patrióticos o los colores del equipo me dejan más bien frío, tal vez sí que haya símbolos que influyen en mi forma de actuar y de pensar. Fumar en pipa, por ejemplo.