David Lukoff se tomó un ácido por primera vez en su vida. Estaba en San Francisco, epicentro contracultural. Había llegado hasta allí haciendo autoestop después de abandonar, con veintitrés años, sus estudios de doctorado en Harvard. Era 1971.
Cuatro días después, al despertar, se miró en el espejo y comprobó que su mano derecha estaba en la posición clásica del budismo de la mudra. Justo en ese instante sintió que era la reencarnación de Buda. Y también la de Jesús. ¿Qué le pasaba en la cabeza?
Escribiendo la Biblia
David estaba sufriendo un trastorno aún no diagnosticado. Y éste le impulsó a llevar a cabo una misión: escribir un nuevo libro sagrado. Durante una semana trabajó sin descanso en concebirlo, en un estado de arrebato, tal y como explica Jules Evans en su libro El arte de perder el control:
Al concluir su revelación, de cuarenta y siete páginas, encargó varias copias y empezó a repartirlas desde una esquina de Berkeley. En el transcurso de los dos meses siguientes su certeza mesiánica empezó a decaer. Seguía estando seguro de haber escrito la obra de un genio, pero a medida que leía más y se percataba de la escasa originalidad de muchas de sus ideas, también su seguridad empezó a flaquear.
Aquel libro sagrado erea una batiburrillo de ideas prestadas por Buda, Locke, Hobbes, Jung y hasta Bob Dylan. Pero dada su formación académica, David quiso saber qué había funcionado mal en su cabeza para embarcarse en aquella aventura tan extraña.
Nuevo diagnóstico
Hasta ese momento el trastorno que más se parecía a lo que él había sufrido se llama "emergencia espiritual", introducido por los psicólogos transpersonales Stanislav y Christina Grof en 1978. David, sin embargo, quiso ir más allá. Y, tras cursar un doctorado en psicología y tratar a diversos pacientes psicóticos convencidos también de ser Dios o el Mesías, en 1989 logró que se incluyera un nuevo diagnóstico en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), volumen IV. El nombre de este nuevo diagnóstico era "problema religioso o espiritual":
De esta manera, se diferenciaba la psicosis espiritual transitoria, como la que él mismo había experimentado, del diagnóstico clásico de esquizofrenia. Un problema religioso o espiritual era temporal, no un trastorno biológico del cerebro, pero podía implicar rasgos de psicosis tales como un crecimiento desmesurado del ego, detección hipertrofiada del sentido y trastornos de conducta. También podía presentar aspectos positivos, como una mayor sensibilidad para el sentido y la motivación.
Se estima que en España un 19,5% de la población ha tenido algún tipo de trastorno mental. Por consiguiente, resulta inquietante pensar en el número de creencias que han nacido de mentes enfermas, tal y como ha explicado el neurólogo David Eagleman en un libro de Michio Kaku titulado El futuro de nuestra mente:
Parece que una buena parte de los profetas, mártires y líderes de la historia padecieron epilepsia del lóbulo temporal. Pensemos en Juana de Arco, una muchacha de dieciséis años que cambió el rumbo de la Guerra de los Cien Años porque creía (y convenció de ello a los soldados franceses) que oía voces del arcángel san Miguel, santa Catalina de Alejandría, santa Margarita y san Gabriel.
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