Después de tanto estudio contradictorio sobre la felicidad de distintos países, referidos aquí y aquí, uno empieza a sospechar que las respuestas que la gente ofrece en las encuentras no son demasiado fiables.
Por ejemplo, hace algunos años decidí abandonar la ciudad de Barcelona por resultarme caótica, estresante, cara, sucia y con unas infraestructuras propias de una república bananera (sobre todo si nos centramos en la red de Cercanías de Renfe, que fue noticia de primera plana durante semanas y semanas a causa de sus deplorable gestión mientras se construía la línea de alta velocidad). Sé que esta idea la comparten muchos barceloneses, que viajan cada mañana embutidos en los medios de transporte o que imploran a todas las deidades del Olimpo para encontrar un aparcamiento (de pago o gratuito, ya no importa) donde estacionar su vehículo; que se sienten desolados ante la búsqueda de una guardería pública; que deben pagar el doble o el triple por el ocio que consumen; que tienen los peajes más caros de Europa para entrar o salir de la ciudad, aunque las carreteras siempre están congestionadas por la falta de inversión; que deben soportar con estoicismo los mefíticos efluvios del alcantarillado público.
Sin embargo, en una encuesta publicada en El Periódico de Catalunya a mediados de diciembre de 2008, los barceloneses respondieron que se sentían bastante satisfechos con la ciudad (45,6 %) o muy satisfechos (37,9), haciendo hincapié en los transportes, la movilidad, las actividades culturales y de ocio y condenando la inseguridad ciudadana y la falta de limpieza.
¿Respondieron a la encuesta mientras el alcalde les amenazaba a punta de pistola? ¿O quizás las encuestas no hay que creérselas del todo? Pocos días después, el mismo rotativo se hacía eco de esta suerte de esquizofrenia de los barceloneses, que parecen odiar y amar la ciudad a un tiempo por motivos muy similares. Estas contradicciones pueden observarse en los siguientes números: el 53% no quiere que el AVE cruce por el centro de la ciudad, aunque el 66,4% cree que los beneficios futuros compensarán las molestias actuales. El 67% quiere el tranvía por toda la Diagonal, pero el 54% considera que el tranvía originará problemas de tráfico. La mayoría de barceloneses aplauden el turismo como motor de crecimiento económico pero protestan del parque temático para turistas en el que se han convertido algunas zonas de la ciudad. Unos resultados que, a ojos del periodista Javier Belmonte, demuestran que Barcelona es una ciudad ciclotímica que salta caprichosamente del positivismo al negativismo.
En cualquier caso, aunque sólo sea por su reincidencia en el primer puesto, Dinamarca, pues, parece ser el otro firme candidato del País Más Feliz del Mundo junto a Vanuatu.
Dinamarca fue el primer país en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, son más ricos que nosotros y poseen una tradición democrática más larga. La igualdad entre sexos también es pionera entre los daneses. Su modelo socioeconómico se funda en los altos impuestos y en una acentuada redistribución de la riqueza para obtener una amplia variedad de servicios sociales, escuelas públicas de calidad y un efectivo programa de seguridad y asistencia social. Según la revista alemana Der Spiegel, los daneses se enorgullecen de su vida relajada, su gastronomía, su bebida y su vida familiar. De todas formas, Dinamarca sigue siendo misteriosa para los sociólogos. Porque Dinamarca es fría, posee altos índices de suicidio, pocas horas de luz, sus habitantes son de los que más fuman y beben y los segundos de la UE en número de divorcios (detrás de Bélgica). Ni siquiera son los más longevos: ocupan el puesto 13. Y entre sus últimas noticias de calado mundial está la quema de sus embajadas por la aparición en unas caricaturas de Mahoma en un periódico de Copenhague.
En 2006, este pequeño país democrático, presionado por una turba de matones islámicos que amenazaron a la población civil danesa y violaron la inmunidad diplomática, la libertad de expresión de Dinamarca se vio cuestionada, quizá por respeto religioso, quizá por miedo.
Discrepancias estadísticas a un lado, no hay que olvidar que estamos tratando de cuantificar algo tan subjetivo como la felicidad. Entonces, ¿dónde debo mudarme para incrementar mis niveles de bienestar? ¿A la arcádica y flower power Vanuatu o a la eficiente y moderna Dinamarca? ¿Quizá a algún poblado perdido al sur de Doba, en Chad, donde la esperanza de vida es de 46 años pero donde tal vez también apreciaré los momentos y las cosas mejor que ahora? El asunto no es sencillo, pues depende, en gran parte, de la idiosincrasia de cada uno.
Tal vez lo que os voy a contar en la cuarta y última entrega de esta serie de artículos, os servirá para decidiros.