Basta con acudir al simple razonamiento evolutivo para descubrir que tal mito no tiene ningún sentido: atendiendo a los enormes recursos que consume un cerebro humano, ¿cómo es posible que la selección natural haya permitido que los seres humanos vayan por ahí con un órgano tan grande y tan esencialmente inútil?
Cualquier antepasado con un cerebro un 90 % menos voluminoso habría tenido muchas más posibilidades para sobrevivir, no sólo porque necesitaría un canal para el parto mucho más estrecho sino también porque no necesitaría emplear tanta energía para mantenerlo. Y no haría falta arrastrar su peso muerto cuando un depredador quisiera darle caza.
De hecho, lo lógico es que usemos todo el cerebro. Hasta la última neurona.
Lo que sí que es cierto es que nunca usamos todas nuestras neuronas a la vez. Claro, dirán algunos, eso es lo que ocurre: como no las usamos a la vez, no podemos, por ejemplo, desarrollar poderes telepáticos. Pues tampoco. La actividad simultánea de todas las neuronas nos arrojaría al suelo víctimas de convulsiones como las de un ataque epiléptico.
Cuando las neuronas se disparan al mismo tiempo, el cerebro queda inundado de actividad eléctrica y se anula toda capacidad para pensar y actuar de manera coordinada. Para impedir ese infierno, al menos la mitad de las neuronas funcionan como un filtro atenuador o moderador de flujo. De modo que la próxima vez que alguien os diga que no usáis todo el cerebro, contestadle que menos mal.
Al igual que el ser humano nunca tensa al mismo tiempo todos los músculos del cuerpo, tampoco el cerebro pone a funcionar todas las sinapsis a la vez. Hoy en día, los científicos tienen cartografiadas todas las regiones de nuestro órgano pensante (mediante electrodos implantados y otros sistemas de detección).
En todas las actividades, por ejemplo comer, mirar la televisión, hacer el amor o leer este blog, se pone en marcha una u otra región del cerebro. Al cabo de una jornada normal, todos los rincones y recovecos habrán tenido su ejercicio, tarde o temprano.
Del cerebro, pues, se aprovecha todo, como del cerdo. Y una prueba final de ello es que lesiones muy localizadas en el cerebro, por muy minúsculas que sean, pueden producir disminuciones muy severas de sus facultades. Tenéis ejemplos de todo tipo en los libros del neurólogo Oliver Sacks El hombre que confundió a su mujer con un sombrero o Un antropólogo en Marte.
Vía | Cómo funciona la mente de Steven Pinker / Falacias de la psicología de Rolf Degen