A menudo escucho a mis amigos quejarse del tráfico que satura la ciudad: coches saltándose el semáforo en rojo o cometiendo otras imprudencias, estacionando en vados o directamente encima de la acera, etc. También oigo a otros amigos aficionados a la bicicleta despotricar de los coches, pero también de los peatones, que invaden su carril-bici (¿no dije antes que mis amigos peatones también dedican palabras poco cariñosas a los ciclistas, que no siguen las normas y pasan volando junto a ellos?). Y por supuesto tengo amigos conductores que les encantaría colgar de la plaza del pueblo a más de un ciclista: no respetan las normas de tráfico, se cuelan entre los coches, reducen la velocidad del tráfico en general, etc.
En otras palabras: todos pensamos de todos que son idiotas. Es decir, existe un sesgo modal, en palabras de Tom Vanderbilt.
En parte tiene que ver con la territorialidad, como cuando ciclistas y peatones que comparten un camino se gritan o alguien que empuja un cochecito tamaño trillizos se convierte en la versión peatonal del todoterreno, adueñándose de la acerca por su puro tamaño. (…) Un estudio de las víctimas entre los peatones a cargo de investigadores franceses demostró que una cantidad significativa de ellas estaba asociada con un “cambio de modo” (por ejemplo, pasar del coche a caminar), como si, especulaban los autores, los conductores al salir de sus vehículos todavía sintieran cierta invulnerabilidad.
Todo ello sería un añadido a estudios paralelos para estudiar la agresividad al volante, como por ejemplo, un estudio de Amal Kinawy en la Universidad del Cairo, que sugiere que la causa principal de la “rabia” al volante podría estar en las propiedades de los humos desprendidos por los coches. Realizaron una investigación con ratas que fueron expuestas a los gases producidos por la combustión de gasolina sin plomo y se constató, en comparación con ratas expuestas al aire convencional, que aumentaba su agresividad.
Pero sin involucrar factores como éste, nuestra manera de ser cambia. Es decir: cuando vamos andando, en bici o en coche, nos comportamos de manera diferente y percibimos a los demás de forma diferente. Así pues, no es que todos seamos o no seamos idiotas, o que todos lo pensemos de todos, sino que, por ejemplo, todos actuamos de manera diferente cuando nos ponemos al volante de un coche.
Sin embargo, cuando un conductor deja de ser peatón, entonces es capaz de percibir las arbitrariedades que cometen los peatones (por ejemplo, aquél se ha saltado un semáforo o ha pasado por una zona sin paso de cebra).
El peatón por su parte, percibe que el conductor es demasiado agresivo o que tiene demasiada prisa, cuando no debería quejarse tanto si va confortablemente sentado.
Y el ciclista, por supuesto, se cree superior moralmente al conductor, y considera que puede pasar por más sitios de los asignados porque es el eterno discriminado de la red viaria.
Y el sesgo modal campea a sus anchas porque cada uno de nosotros adopta un rol muy definido cuando se desplaza de uno u otro modo por el mundo.
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt