Todos conocemos a genios de la música. Wofgang Amadeus Mozart es el paradigma excéntrico y genial.
En el otro espectro, con aires más bizarros, está Joe Engressia, un hombre ciego de nacimiento pero con un coeficiente intelectual de 172. Egressia era capaz de emitir silbidos agudísimos a 2600 hercios, lo cual le hizo descubrir a los ocho años que podía efectuar llamadas telefónicas gratuitas. Sus compañeros de clase le llamaban Whistler (Silbador).
La cosa era tal que así: memorizaba los tonos de marcado de las centralitas, que luego reproducía silbándolos al auricular del teléfono para viajar por el mundo a través del hilo telefónico sin introducir nunca ni un solo centavo. Sin embargo, de resultas de los abusos sexuales a los que había sido sometido en su infancia por una monja durante su estancia en un internado, Joe Engressia, tras su paso por la universidad, decidió que siempre iba a contar con 5 años, sustituyendo así su nombre real por el de Joybubbles (burbujas alegres) y fundando la Iglesia de la Eterna Niñez.
Joe Engressia falleció de un infarto de miocardio, y se encontró su cadáver en su apartamento, rodeado de juguetes y teléfonos y con una camiseta de Mr. Rogers, el héroe de su serial infantil favorito.
Pero los casos verdaderamente fascinantes, aquéllos que desafían nuestros pobres conocimientos acerca de los orígenes y funciones de la música a nivel evolutivo, son los de los genios idiotas musicales.
“Savant” es un término que proviene del francés y que significa “sabio”. Los idiots savants o pacientes con el síndrome de savant, a los que en español también se les llaman “autistas sabios”, son discapacitados mentales que exhiben una pericia prodigiosa en determinados ámbitos, especialmente artísticos o matemáticos.
Una prueba que apoya la hipótesis de que la música no deriva del lenguaje es la existencia de estos genios idiotas musicales, pues muchos de ellos desarrollan sus extraordinarias habilidades musicales en ausencia de lenguaje o, al menos, del conjunto completo de capacidades que constituyen el lenguaje.
A la espera de hincarle el diente al apetecible libro que Oliver Sacks ha escrito sobre la música y el cerebro, Musicofilia, de momento debo decir que el texto más interesante sobre este tema es de un psicólogo de la Universidad de Illinois especializado en discapacidad infantil llamado Leon Miller. En su libro de 1989, Musical Savants: Excepcional Skill in the Mentally Retarded, Miller expone las historias clínicas de varios niños con unas capacidades inauditas para la música que, sin embargo, sufrían algún tipo de retraso mental.
En el siguiente post os contaré alguna de estas extrañas historias.