Seguimos analizando las conexiones entre religión y nacionalismo interrumpidas en la anterior entrega de este artículo, que fueron propiciadas por un reciente viaje a Malta y las múltiples muestras de religiosidad que encontré allí.
Irónicamente, uno de los países más patrioteros del mundo, Estados Unidos, permite que la gente queme la bandera patria. Además, la quema de banderas por los Boy Scouts forma parte del ritual cuando tales banderas ya están deterioradas, acogiéndose a la Sección 176(k) del Código de la bandera de Estados Unidos.
No poder quemar, mutilar, alterar o dañar físicamente una bandera fue entendido en 1990 por el Tribunal Supremo de Estados Unidos como un menoscabo de la libertad de expresión, siendo, pues, una violación de la Primera Enmienda de la Constitución. En España, sin embargo, parece que la bandera es casi un ser vivo, tanto en lo que respecta a su quema como en su exhibición en organismos públicos.
Estas adhesiones son tan poderosas que resulta difícil discutirlas con quien las protagoniza. Evolutivamente pudiera tener cierto sentido que la gente necesitara sentirse parte de algo más grande, de una comunidad que velará por sus intereses. Sin embargo, en el mundo moderno puede constituir un obstáculo, y sobre todo una merma de la capacidad crítica de la propia comunidad.
En ese sentido, considero importante aprender a pensar sobre el nacionalismo, así como otras adhesiones sentimentales poderosas que incluso defendemos con ideas racionales. Pensar, pues, resulta incluso menos importante que aprender a pensar. Y con aprender a pensar estoy incluyendo el entrenar la capacidad de salir de nosotros mismos, de contemplar los problemas con perspectiva, de no creernos el centro del universo, de relativizar, de no adjudicar demasiada importancia a nada, de asumir que cambiar de opinión es bueno, que las mayorías suelen equivocarse porque en tales mayorías las disensiones suelen ser censuradas, que somos cognitivamente avaros, que nuestro cerebro no fue diseñado para evaluar objetivamente las cuestiones que nos salen al paso.
Todo el mundo piensa naturalmente, pero sólo mediante un adiestramiento continuo podemos aprender a pensar. Ello también incluye, naturalmente, tocar lo intocable y reubicarlo al nivel que deben estar todas las cosas: a ras de suelo, lejos de altares, de persignaciones y de genuflexiones versallescas.
¿Internet es la panacea?
Podemos pensar con un exceso de optimismo que Internet, la conexión de todos con todos sin fronteras, erosionará el carácter más fundamentalista de los nacionalismos. Sin embargo, hay expertos escépticos al respecto, como Evgeny Morozov.
Internet puede favorecer que contactemos con personas u organizaciones que sintonicen perfectamente con nuestras ideas, aficiones o forma de ver el mundo. Y, en consecuencia, que nos aislemos de la realidad diversa y múltiple para encerrarnos en micronaciones ideológicas (reales y digitales). Dicho de otro modo: todos tendemos a refugiarnos en un guetto (pasead por Chinatown en San Francisco, o Japantown, o el barrio italiano…). Internet puede favorecer que encontremos el guetto que estábamos buscando, incluso si lo que buscábamos era algo ya periclitado o marginal.
Es algo que ya denuncia el experto en Internet Evgeny Morozov en su reciente libro El desengaño de Internet:
Los tuits no disolverán todas nuestras diferencias nacionales, culturales y religiosas. Es posible que las acentúen. Se ha demostrado que carece de fundamento la creencia ciberutópica en que Internet nos convertirá en ciudadanos del mundo muy tolerantes, ansiosos por reprimir nuestros viles prejuicios y abrir nuestras mentes a lo que vemos en nuestros monitores. En la mayoría de los casos, los únicos que todavía creen en el ideal de una aldea global electrónica son quienes habrían sido cosmopolitas y tolerantes incluso sin Internet: la élite intelectual. La gente normal no lee sitios como Global Voices, un agregador de los post de blog más interesantes del mundo. En cambio, es mucho más probable que utilice Internet para redescubrir su propia cultura y, me atrevería a decir, su intolerancia nacional.
Hay que ver lo que da de sí un paseo por Malta rodeado de símbolos religiosos.
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