En 1990, dos psicólogas estadounidenses, Judith Langlois y Lori Roggman, de la Universidad de Austin, Texas, superpusieron imágenes de hombres y mujeres guapos con la intención de que, por acumulación, surgiera un rostro especialmente bello.
Es algo que ya había intentado hacer Francis Galton, primo de Charles Darwin, cuando empezó a crear un Mapa de la belleza, después de intentar averiguar dónde residían las mujeres más feas y las más guapas de Inglaterra. Langlois y Roggman repitieron ese experimento, aunque obviando la parte de catalogar a las más guapas del país.
Lo que descubrieron es que, al mostrar estas fotografías compuestas a hombres y mujeres, obtenían mayor puntuación que los rostros individuales. De hecho, los rostros eran más atractivos a medida que estaban compuestos de más rostros superpuestos, no de menos. Las autoras concluyeron que, evolutivamente, tendemos naturalmente a seleccionar parejas con características próximas al promedio.
Otro experimento curioso acerca de la percepción de la belleza facial tuvo lugar en la Universidad de St Andrews, tal vez porque en el Mapa de la Belleza de Galton las más feas residían en Aberdenn: Philip Benson y David Perrett, registraron imágenes digitales de varias caras, y a continuación exageraron rasgos distintivos de las mismas para generar una gama de caricaturas más o menos extremas de cada una.
Cuando solicitaron a diversos individuos que seleccionaran la mejor imagen de cada gama, la que tendieron a seleccionar no fue el retrato verdadero, sino una leve caricatura. Lo cual confirma la hipótesis del fenómeno conocido como estímulo supernormal, que explica así Edward O. Wilson en su libro Consilience:
Ampliamente extendido en las especies animales, es la preferencia durante la comunicación por las señales que exageran las normas, aunque raramente o nunca existan en la naturaleza.
En cualquier tienda en la que vendan artículos de belleza podremos encontrar toda clase de artefactos para crear estos estímulos supernormales. La sombra de ojos y el rímel, que agiganta los ojos; el lápiz de labios, que hincha los labios; el colorete, que aporta un sonrojo permanente en las mejillas; etc.
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