Aunque hombres y mujeres aprecian la belleza de ambos sexos de un modo similar, lo cierto es que las consecuencias de esta apreciación son distintas. A grandes rasgos, el hombre se define menos por su aspecto externo que la mujer, y ello no es casual: se debe, entre otras cosas, a la testosterona.
Y es que el efecto que provocan las mujeres atractivas sobre los hombres no sólo es de naturaleza óptica. El psicólogo James Roney pagó 10 dólares a los estudiantes universitarios (masculinos) que quisieran participar en un test cuya supuesta finalidad era determinar la composición química de la saliva.
El fin real del test, sin embargo, era estudiar, por medio de la saliva, cómo reaccionaba el nivel de testosterona de un hombre tras 5 minutos de conversación con una auxiliar de laboratorio especialmente atractiva.
Los resultados fueron abrumadores: hasta un 30 % aumentó la testosterona segregada por los participantes en el experimento. Porque la belleza femenina es una especie de feromona visual: moviliza las hormonas sexuales masculinas y hace que los hombres entren en celo.
Cuando esto sucede, el hombre se vuelve más ingenioso, más atrevido, más atento y tiende a coquetear. O dicho de otro modo, una mujer atractiva, así como una flor llamativa, se verá siempre rodeada de una caterva de hombres orquesta (principalmente) y por otro grupo de hombres en “modo normal”, que no se verán significativamente influidos por su belleza.
El riesgo que entraña para la mujer la capacidad de controlar hasta estos niveles la testosterona de un hombre es precisamente este: un constante ejercicio de equilibrio para averiguar qué hombres pertenecen al primer grupo (y por tanto no adulan a su persona sino a su belleza) y qué grupo pertenece al segundo. Esta diferencia, por ejemplo, puede ser muy importante para una mujer que busca ser reconocida por sus logros profesionales y no tanto por la turgencia de sus labios.
Y es que como dicen en las películas de superhéroes: todo gran poder entraña una gran responsabilidad. O, en este caso, un handicap.
Vía | La ciencia de la belleza de Ulrich Renz