A pesar de los tópicos e hipocresías, todos nosotros nos dejamos llevar por prejuicios y estereotipos (eso no es necesariamente malo, son solo atajos cognitivos, cuyos abusos, en efecto, producen generalizaciones inexactas). También todos nosotros nos fijamos en el aspecto de los demás para formarnos una opinión de ellos.
Como os expliqué hace algún tiempo, esa tendencia es tan poderosa que incluso la belleza de alguien puede usarse como buen predictor de su éxito social: El efecto Proteo: la belleza determina la seguridad en uno mismo… incluso en un mundo virtual.
Las cárceles de todo el mundo tienen un porcentaje más elevado de feos que de bellos. Las personas solemos acusar con mayor severidad al feo, y justificamos normalmente al bello. Algunos expertos en jurisprudencia están tan convencidos de que la belleza física es un condicionamiento en las salas de justicia que propugnan que los acusados de cualquier delito no aparezcan personalmente en el juicio o, al menos, que tengan derecho a que otra persona de belleza normal les represente; una persona contratada en una suerte de agencia de modelos que obre como doble del encausado.
Las caras de la gente, lo queramos o no, nos producen sensaciones, pálpitos, sospechas. Algo que han demostrado, por ejemplo, los experimentos de los psicólogos Anthony Little, de la Universidad de Stirling, y David Perrett, de la Universidad de St Andrews, publicados en British Journal of Psychology bajo el título “Using composite face images to assess accuracy in personality attribution”.
En ellos, los investigadores solicitaron a casi 200 personas que rellenaran un cuestionario que medía las cinco dimensiones de personalidad: apertura a la experiencia, responsabilidad, extraversión, amabilidad y neuroticismo. A continuación, fotografiaron a los sujetos que habían obtenido las puntuaciones más altas y más bajas en cada una de las dimensiones.
Empleando un programa informático, los investigadores combinaron cada grupo de rostros en un único rostro compuesto, una suma de todos los rasgos. Así obtuvieron cuatro retratos compuestos: uno que representaba las puntuaciones más bajas obtenidas por las mujeres, junto con los respectivos retratos compuestos para los hombres, tal y como explica Richard Wiseman en su libro ¿Esto es paranormal?:
El principio que subyace a esta técnica es muy simple. Suponga que dispone de dos retratos fotográficos procedentes de dos personas. Ambas tienen las cejas pobladas y los ojos hundidos, pero una tiene la nariz pequeña mientras que la otra la tiene mucho más grande. Para crear un retrato compuesto de ambas caras, los investigadores primero escanean las fotografías y las introducen en el ordenador, controlan cualquier diferencia de iluminación y luego manipulan las imágenes para asegurarse de que los principales componentes de la cara (como las comisuras de la boca y de los ojos) están aproximadamente en la misma posición. A continuación, se coloca una imagen sobre la otra y se genera una imagen promedio de ambas caras. Si ambas caras tienen las cejas pobladas y los ojos hundidos, el retrato compuesto resultante también presentará estos rasgos. Si una cara tiene la nariz pequeña y la otra la tiene grande, la imagen promedio definitiva (es decir, el retrato compuesto) presentará una nariz de tamaño medio.
Los resultados de estas fotografías artificiales se expusieron frente a un grupo de 40 personas, que debía puntuar cada cara en las distintas dimensiones de personalidad. Las puntuaciones fueron sumamente acertadas. Es decir, que hay una serie de rasgos que la mayoría de nosotros asociamos a determinados patrones de personalidad (sean o no certeros, aunque quizá eso tiene menos importancia de lo que parece: si alguien que nos parece a priori antipático lo tratamos como tal, ese individuo quizá acaba siendo antipático porque la gente lo trata como tal).
Las imágenes resultantes las podéis ver a continuación: